14 de abril - 20:40

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Hacía mucho que Nikolai no se había sentido tan feliz como en aquel momento. Desde que vio a Víktor con Horacio, sabía que aquel joven traería algo bueno en la vida de su amigo. No esperaba que en tan poco tiempo pudiera ver a Volkov sonriendo de aquella forma y lleno de esperanza. Cuando su amigo le contó que había sido amenazado con su propia vida se sorprendió y enfadó a partes iguales.

—¿Estás diciendo que ibas a ceder ante esos mafiosos por mí? ¿Te ibas a casar con la tal Natasha porque te amenazaron con mi vida? —preguntó Nikolai, aún asimilando lo que había escuchado.

Volkov asintió.

—Sí, pero Horacio... bueno, él pensó que podríamos impedirlo si simplemente logramos escapar los dos... con él.

Nikolai no pasó desapercibido cómo el rostro de su amigo se tornaba rojo ante la sola mención del pelirrojo. Así, Volkov terminó de contarle la conversación que había mantenido con Horacio y su idea de reunirse para planificar algo con el objetivo de escapar para siempre de los Gambino.

—No nos deben quedar más de dos días para llegar a puerto. Debemos pensar algo y actuar ya —terminó el ruso su explicación.

Nikolai se mostró de acuerdo y juntos emprendieron el camino hacia el punto de reunión, que era la cocina, con cuidado de no ser vistos por nadie.

Volkov y Nikolai se quedaron pasmados cuando llegaron. Ambos se habían quedado inmóviles con expresiones de sorpresa cuando divisaron a sus amigos. Ninguno esperaba encontrar a Horacio yendo de un lado para otro con un montón de platos, vasos y cubiertos o a Blake trabajando a toda velocidad entre los fogones.

—¿No íbamos a crear un gran plan para escapar de unos poderosos mafiosos italianos? —preguntó Nikolai mirando a Volkov.

El ruso no podía dejar de observar los movimientos de Horacio y trató de llamar su atención para ver qué estaba sucediendo.

—¿Horacio? —dijo con voz queda.

Era imposible que el pelirrojo lo hubiese escuchado, pero pareció notar la mirada de Volkov sobre él porque de repente clavó sus ojos en el ruso y se acercó rápidamente. Los recién llegados pensaron que se detendría a explicarles lo que había sucedido, pero en su lugar pasó por medio de los dos, agarrando de un brazo a cada uno y los arrastró hacia una esquina.

—No deben veros —dijo Horacio apresurado—. No fue buena idea quedar aquí. Esto es como la muerte: se entra fácilmente, pero no se sale.

Volkov no entendía nada. El ambiente del lugar era muy pesado, la gente parecía estresada y el aroma de los distintos platos se mezclaba. Horacio continuaba andando de aquí para allá con la vajilla de la cena. Cada vez que pasaba delante de ellos, explicaba cómo había acabado así.

—...así que le dije que no sabía cocinar... —decía en un momento, mientras caminaba rápidamente hacia un estante.

—... pensaba que funcionaría, que simplemente me dejaría salir de aquí... —continuó contando mientras pasaba con una torre de platos de delicada porcelana cubriendo su rostro.

—... pero acabó nombrándome encargado de la vajilla...—terminó al fin de relatar, para después salir corriendo hacia una mesa en la que ya estaban emplatando los canapés de entrantes.

—Pensé en escaparme, pero es un menú CON 10 MALDITOS PLATOS —explicó después—. Además, Blake estaba llorando... y confieso que me sentía culpable.

—¿Y has pensado algún plan? —preguntó Volkov cuando volvió a pasar delante.

—Estoy en ello... —respondió ya jadeando por el esfuerzo—, pero te necesitaba para eso. Tú los conoces mejor que yo...

De nuevo volvió a escabullirse cuando escuchó a alguien llamarlo para colocar platos en otra zona. De pronto pareció recordar algo y se acercó rápidamente a los rusos, con un hermoso recipiente de ensaladas entre las manos.

—¿Os han visto? —preguntó Horacio con cautela.

—No, diría que no —contestó Nikolai.

—Y tampoco nos han seguido —añadió Volkov—. Ni siquiera saben que estoy con Nikolai. Casi me descubren, pero tuve suerte. Doy gracias a la ludopatía de los Gambino, que no pueden salir sin su cartera.

Horacio se detuvo repentinamente al escuchar esas palabras. El recipiente de ensalada se le cayó de entre las manos al suelo y se rompió en varios fragmentos, creando un ruido sordo que inundó toda la cocina e hizo que todo el personal mirase en su dirección.

—¿Qué acabas de decir? —preguntó Horacio, saltando los trozos de porcelana y acercándose a Volkov.

—¿Qué casi me descubren? —respondió Volkov, extrañado por su actitud y comenzando a ponerse nervioso por su cercanía.

—No, eso no. Lo otro. ¿Has dicho ludopatía? —dijo Horacio, apoyando las manos en las mejillas de Víktor.

—S... sí... eso.. he dicho... Los Gambino.... si... siempre... están apostando —balbuceó el ruso, notando calor con el contacto de las manos del pelirrojo.

Horacio sonrió abiertamente y comenzó a dar saltos de alegría.

—¡Sí! ¡Tengo una idea! ¡Gracias, Víktor! ¡Eres el mejor!

Volkov no sabía qué era lo que había hecho, pero eso no le importaba en ese momento. Disimuladamente y con lentitud acarició la mejilla en la zona que había tocado Horacio cuando él se alejó. Se sentía confuso y maravillado con las sensaciones que un simple roce del pelirrojo le había causado.

Nikolai observó con atención el rostro sonrojado de su amigo. Había sido testigo de algo que nunca hubiera imaginado. No dijo nada, pero lo supo todo. 

AU TITANIC - VOLKACIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora