Ámapolas

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Hasta que solo permaneció el silencio pleno que desvaneció el muelle que sostenía mi vida. Una vida repleta de corazones hechos de hierro infundible, como las altas rocas que rodeaban la bahía. Una barrera impidiendo el paso hacía la claridad de una mente sigilosa, de una poderosa posesión del compás del mar. Un cuadro del abismo plasmado a cincuenta metros sobre mí luchando contra las ráfagas de aquél tornado incontrolable, combatiendo con él manteniendo los pies firmes rodeada de polvo levantado. Entorpeciendo el poder descubrir que se halla tras las nubes opacas. Envolviendo la costa y haciéndola suya. Inmóvil, no por el pavor ni por la cobardía sino por lo convencida que estaba de ser tenaz. De la esencia del remordimiento por salir huyendo, de la pesadumbre que supondría dar un paso hacía atrás, rendirme, ausentarme de la belleza del camino acompañado de colinas que orientaban el sendero con sus brotes de amapolas teñidas con sus vívidos colores. Contrastando las fragancias que desprendían mientras por fin alcancé conmemorar lo complaciente que se sentía allí. Lo sútil que era la hierba húmeda por las lluvias primaverales mojando mi camisa de rayas favorita sin importarme siquiera. Sin apreciar quedarme adormecida, meciéndome la brisa con su aura clausurando mi cuerpo entero en una diminuta burbuja inmune a los alfileres del tormento. Un tormento próximo en la lejanía inapreciable tras el desembarcadero que abandoné sin mirar atrás.

Reflejos del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora