La ventana de la melancolía

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La chica superviviente un día se dió cuenta que ya no tenía miedo. De niña, una vez se levantó una bonita mañana, contempló de nuevo por su ventana y una pequeña y diminuta esperanza que se hallaba dentro de ella resurgía cada día. Por supuesto que nunca se percató de su existencia pero inconscientemente repetía este mismo acto todos los días en los que se sentía melancólica. Observaba a sus amigos, a su familia y a gente pasar  preguntándose ¿Qué les hará sonreír? ¿Cómo pueden sonreír de esa manera tan vivaz por una frase?.
Le gustaba hacerlo porque ella estaba convencida que eso no le pasaba con el resto. Prefirió mantenerse callada en situaciones de multitud por si les hacía dejar de sonreír, le gustaba formar parte y ver lo felices que eran los de su alrededor. A pesar de eso, agradecía los momentos de soledad y cuando todos reposaban después de comer, ella daba un paseo por el campo buscando qué hacer. No le importaba, en absoluto, se ahorraba tener que mantener una sonrisa constante de esas que acaban doliendo. A menudo cuando lo hacía, sacaba a flote su imaginación hacia el futuro que quería tener, en quién quería convertirse.
Le resultaba agradable esos momentos porque nunca se preocupó de por qué vivía dónde vivía, solo se preocupó por sí misma e ignoraba al resto pero les importaba igual. Nunca aprendió cómo querer pero sí con intensidad, era curiosa pero cuidadosa y el miedo nunca desapareció como quiso pero se resguardaba en sus propios pensamientos. Comenzó a odiar a personas que le traicionaron, pero no temía a la soledad. Su rabia enfureció de manera explosiva pero hacia dentro.
Perdonaba para no provocar dolor, pero nunca perdonó del todo.Se transformaba conforme pasaban los años, y un enorme caparazón forjó la salida de emergencia, era indestructible. Ni siquiera el amor con gran intensidad podía deshacer todo el cemento forjado uno encima de otro amontonado descontroladamente. Algo que nunca cesó. Creciendo hasta la cima del iceberg, era grandiosa y aunque pareciera que podía verse a simple vista, no era así. Era tan fuerte, tan guerrera consigo misma, que esa cima no era su enemigo. Era su victoria.

Sus sueños quebrantaron al romperse su corazón. Al poner en duda su existencia en este mundo tan hostil. Murmuraba sus tristezas mientras paseaba por los senderos más bonitos del norte, sin saber por qué, era el lugar más tranquilo del planeta.
En medio de todas aquellas colinas amontonadas de árboles que parecían acariciar el cielo, había una única cabaña hecha de madera de roble. Una cabaña solitaria en medio de la nada, abrazada por la naturaleza de sus alrededores. Nadie sabía hace cuánto tiempo que ese hogar se mantenía en pie, pero ella, cada día que recorría el mismo camino, le entristecía lo vacía y lo fría que parecía de lejos. Imaginaba lo hogareña que sería si alguien se hospedara allí, no harían falta muebles nuevos, ni una cama cómoda, sino un par de bloques de leña recién cogidos para calentar la casa. Una manta y un buen chocolate espeso en pleno invierno.Pero la abandonaron. No le dieron una oportunidad, dejaron atrás recuerdos, sonrisas y amor. Quizás los antiguos dueños ya no se sentían en casa, quizás comenzaron a tener miedo a la soledad que les rodeaba, o es probable que murieran y nadie supiera darle vida de nuevo.Pero allí estaba, cada día, en todos los atardeceres, de estación en estación. Cualquiera diría que era un bloque en ruinas entre tanta riqueza.Aunque lo que verdaderamente ella pensaba era que no era el techo, no eran los muebles ni el buen chocolate lo que la hacía hostil.La verdadera riqueza era con quien te sentías como en casa. Cuando caminas por senderos distintos, cuando pisas otros terrenos, cuando percibes olor a madera antigua o recién restaurada. Y ese quién vivió dentro de ella desde que nació, quién lucha y se desploma. Quién disfruta de su compañía con una manta y un buen chocolate recién hecho y lo que realmente importaba no era lo vacía que se veía por fuera ni lo solitaria que pareciera. Sino lo que nacía de su interior, del hogar que creó desde que decidió crearse uno propio.Uno en el que sus sueños se reconstruyeron pedazo a pedazo, acomodando la soledad en su propia compañía. Una compañía que hacía sentirse como nunca en casa. Refugiada en su propio poder de crear sus sueños e imaginación en realidad. Una realidad en un mar de narrativas que transformaba sus amenazas en algo inspirador para sentirse segura. Era y es su refugio ante la prosperidad de un mal mayor o menor, quién sabe.

Reflejos del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora