ÉXTASIS

14 0 0
                                    


Respira. Respira profundamente. Esquiva los pedazos punzantes que van en dirección a ti. Mantente firme y no lo estropees. Hoy no, no lo hagas. Continúa pasito a pasito, no te desesperes. Nadie va a irse a ninguna parte. No van a dejarte ir. Suéltate. Deja de hacerte daño, no hay ninguna razón para hacerlo y sonríe. Sonríe como nunca lo has hecho, aunque cueste. Aunque no tengas fuerzas para hacerlo. Siente. Siente como nunca y ama aunque sientas que el orgullo te lo impide. Confía a pesar de que vayas contra corriente. Abre bien los ojos, observa que te rodea, lo que te sostiene en pie y te mantiene vivo. Pero sobre todo no te hundas, ahora no.

Se dice a sí misma mi conciencia ante la presencia de un náufrago iluso. Ante la prosperidad de un futuro confiable mientras me clausuro bajo la pesadumbre de mis miedos. ¿Por qué razón poner en duda los actos de bondad cuando somos más felices? ¿Por qué cuestionarse tu inferioridad en momentos gloriosos? ¿Para qué estropearlo? Si lo tenemos todo bajo los pies: Tenemos salud, un trabajo, familia, amor.

No estás sola, aunque creas que no es así. Aunque las noches sean silenciosas y los días ruidosos. No temas a pesar de que tus manos tiemblen. No te evadas en tu conciencia aun cuando sea lo único que sepas hacer. No hay nada que perder. No hay nada que vaya a perdurar toda la eternidad, ni siquiera nosotros mismos. Por lo único que deberíamos verdaderamente temer, es por levantarse una mañana y darnos cuenta que nos hemos perdido a nosotros mismos. Nos cansamos de luchar por todo aquello que inconscientemente creemos que ganaremos la batalla. Por esa razón, solo nos esforzamos por cambiar lo que no está en nuestras manos aún luchando con todas nuestras fuerzas. Al final, acabamos exhaustos, bajo la frustración que nos marcará de por vida. Y así, el peor castigo del ser humano es vivir atados al arrepentimiento por no haber vivido los momentos que podrían haber sido memorables de nuestra vida. Así que, justo en este instante la cuestión es: ¿Qué nos retiene realmente? ¿Qué te impide sentir la adrenalina de la vida? ¿Qué puedes cambiar? Pero sobre todo ¿Puedes cambiarlo?

Tengo esparcidos pedacitos de mí por todos los lugares en los que deseo ser invisible. Estoy en blanco. Colapsada porque no comprendo que me hace detener. Lo comprendí el otro día cuando supe que me metí en sus pensamientos al abrir los ojos por la mañana. Que curioso lo que una persona es capaz de hacer por volver a revivir los mismos sentimientos de los que rehúyes media parte de tu vida.

En algunos rostros la belleza va de la mano con la supervivencia; ¿Alguna vez has podido sentir el viento en la yema de tus dedos? ¿Lo has sentido? ¿Has sentido como tú aliento casi es inexistente ante la paz? Ante la eternidad de la noche que te sostiene en pie. Absorbiendo tus negligencias pagadas por el vicio. Por la desesperación de revivir de nuevo, de sentir, de respirar.

Tengo la esperanza de poder salvarlo. Me arrodillo detrás de una máscara ante la incertidumbre que abundan sus pesares. Admiro la elocuencia con la que sus ojos me miran. Con las sonrisas que enmarcan sus ojos cuando brillan. La capacidad nula con la que ama, con la que evita ser descubierto. Tan risueño y tan melancólico a la vez. Que acertijo este que me encamina cada noche a descubrir que se esconde tras sus sombrías sonrisas. Miro hacia arriba y le veo a él. A aquella figura enorme tan deseable, tan suyo, destacando ante el resto de personas mostrando su gran poder que tiene sobre mí, sobre el resto de personas. Escondido bajo sus profundas tristezas dónde pongo todas mis fuerzas sobre la mesa para que no acabe derrumbándose. Entristeciéndome al ser consciente de que mi hombro no es suficientemente cálido para sus lágrimas. Pero mis muslos sí y solo eso, es suficiente razón para tomar mi mano invitándole a bailar con sus propias sombras. Pronunciando un "ya estamos en casa" mientras el mundo arde ahí fuera. Escribiendo estas páginas sin rumbo, a oscuras, ocultando mi percepción hacia él. Acompañándome a observar como todo se derrumba mientras tú sigues abrazándome. No es necesario que digas nada, no vale la pena que abras la boca para comprender  las punzadas que tanto te duelen que te impiden amar. Cerrando los ojos para dejar de percatarme que tú sigues con los ojos abiertos, mirándome, sabiendo que me estoy dando cuenta de que intento esquivar tu mirada enloquecedora para mi ego. Ese momento en el que me dejas tocar tu piel como si fuera porcelana a punto de romperse. Te acaricio lentamente, sintiendo las cosquillas en las yemas de mis dedos temblorosos "Qué es esta locura que acabo de hacer". Me pregunto cada vez que me atrevo a hacerlo. ¿Qué es esta sensación tan extraña inexplorada de la que soy afortunada a palpar?. Me abraza tan fuerte que puedo llegar a sentir la fuerza contra la que está luchando. Miro sus labios húmedos entre la oscuridad. Trasladando mi cuerpo a otra dimensión dónde no existen los prejuicios. Dónde no hay otra cosa en el mundo que me llame la atención que sus labios mientras escucho latir mi corazón más rápido que las olas del mar chocando contra la arena en marea alta. Como mis manos tiemblan, como si el mundo comenzara a desmoronarse con esta lujuria que acabo de cometer siempre que acabo siendo sumisa ante su torso. Ante aquella llamada de perversión, cometiendo los mayores pecados capitales. El olor de su pelo activando todos mis sentidos. Al igual que la suavidad de su piel de la cual sigo siendo adicta. Fingiendo en cada amanecer que no me pertenece pero que a la vez es la sombra que define mi tristeza cuando las noches las dedico a pensarle. Quién podrá desprenderme de esta sumisión de la que estoy condenada. Dime que no es real y dejaré de imaginarte por las noches cuando siento que no lo tengo bajo control. Quién se deshará de estas ganas de hacerme suya. Quién impedirá que vuelva a sus pies suplicando que esta noche solo se interponga el éxtasis de nuestros labios. Cuando volveré a recuperar con totalidad mis pensamientos sin que ocupe todos los rincones de ellos. Cuando será ese día que abra sus brazos por completo dejándome entrar sin importar lo que piense de mí. 

Le busco estando a metros de mí, tras mi nuca su aliento me deja sin respiración. Las piernas me tiemblan y grito por dentro intentando concentrarme en la realidad, embobada con los recuerdos que ha dejado marcados en mí. Recuerdos como bajo el agua dónde me sonrojé al no apartar su mirada en mí. Dónde acercándome despacio, mis manos rodearon su nuca mojada, su cabeza inclinada buscando mis labios lentamente. Dudando cada vez que lo hace cuando mi expresividad cambia a sumisión de nuevo. Besándolos. Dejándome sin aire. Gimiendo entre su boca al subir el calor por nuestros cuerpos. Al no importarme nada, ni lo diminuta que era la ducha con nuestros cuerpos pegados completamente. Besando la comisura de mi oreja mientras la yema de su pulgar delinea suavemente de una punta a otra mi labio inferior entre abierto. Rodeando sus brazos con mi cuerpo empujándolo contra el suyo, haciéndome suya, con el agua hirviendo de por medio formando una fricción resbaladiza. Besando cada rincón de mi cuerpo como si hubieran partes inexploradas que nadie había explorado antes. El vapor del calor hundiéndonos bajo una niebla dónde era casi irrespirable. Me apartó todos los mechones de mi melena a la vez que indicaba lo que deseaba con todas sus ganas. Susurrándome al oído lo mucho que le gustaba como me cambiaba la cara de puro placer. Agarrándome, sobrevolando mis pies con el suelo sobrepasando mi cuerpo su cabeza. Sosteniéndome con mis dedos en su pelo mojado suplicando que lo hiciera ahora. Desempañando el cristal para ver mejor mis ojos temperamentales, casi con rabia. Mordiendo sus hombros, clavando mis dientes contra él. Bajando despacio sin apartar mi mirada mientras desprendo una sonrisa pícara siendo consciente de las consecuencias que habrá cuando prosiga a llevarle al punto máximo de placer. Devorando cada parte que compone mi cuello.

Reflejos del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora