II. Los roles están invertidos

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Tomó prestada una carretilla de fuera del restaurante y así logró llegar a la posada que alquilaba Robert. Soca le había ayudado a subirlo por las escaleras, pero él se las arregló solo para recostarlo en la cama.

Le quitó el cinturón que mantenía su túnica en su lugar y la retiró con calma, dejándolo con su camisa interior negra y sus pantalones rojos. Se sentó a su lado, agotado por el largo día y mareado por el alcohol.

La luz de la luna entraba por la ventana, iluminando parcialmente el rostro de Robert. Jimmy lo observó con cierta nostalgia.

—¿De verdad estás feliz de verme?— acarició su frente— Si me tratas tan bien... ¿Cómo voy a decirte ahora que no podré quedarme?— murmuró tan bajo que apenas él mismo se escuchó. Quizás eran palabras que sólo diría estando borracho y a un Robert que no podía escucharlo, pero le dolieron en el corazón.

La luz de la vela bañaba su rostro, mientras observaba a Robert descansar; la apagó con los dedos, se levantó en silencio y se retiró.


Robert salió de su alcoba por la mañana; se encontró con Soca, quien llevaba una bandeja con té, que terminó en el suelo, luego de que la presencia de Robert le diera un susto.

—Ay, mi señor— llevó la palma a su propio pecho, sintiendo su corazón acelerado; luego se inclinó para recoger su desastre—. Perdóneme, no lo vi— se disculpó mientras juntaba las piezas rotas.

—¿Y Jimmy?— cuestionó el rubio. Soca levantó la cabeza.

—¿Quién es Jimmy?— lo miró confundida. Robert frunció el ceño.

—Mi invitado— le recordó. La mujer dejó escapar un "¡Oh!" y asintió.

—Se fue temprano. Dijo que volvería tarde, pero que le llevara este té a usted para que se le pasara la resaca— explicó—. Ahora mismo preparo otro— levantó la bandeja con los pedazos rotos y el trapo que usó para absorber el té del suelo de madera.

—Déjalo. Saldré a desayunar— se dio la vuelta, pero regresó para mirarla—. ¿Te dijo a dónde iba?

Soca negó con la cabeza, así que Robert volvió a su alcoba para vestirse apropiadamente.


Jimmy se sentó en un comedor concurrido, ya pasaban de las cinco de la tarde y se veía ligeramente agotado. Llevaba puesta una túnica corta en tonos café y una bufanda blanca para cubrir su cabeza como una capucha; a su lado estaba su espada, envuelta en tela blanca. Bebía y comía tranquilamente.

La gente conversaba con voz moderada, excepto por un hombre y una mujer de mesas diferentes, que discutían sobre el propósito de la competencia de hechicería de la gobernadora.

Page levantó su vaso, para llevarlo a sus labios, cuando el hombre que acababa de sentarse junto a él, ordenó un plato y algo de té. Jimmy frenó sus acciones, lo miró y volteó los ojos. Robert se inclinó hacia su oído, con una sonrisa.

—¿Qué hacemos aquí?— preguntó inocentemente. Jimmy suspiró; bebió su trago, ignorando al rubio.

Robert sonrió, observó a su alrededor y escuchó con atención. El hombre argumentaba que el objetivo era atraer a grandes maestros de la hechicería para iniciar la cruzada contra el reino demoníaco; mientras que la mujer debatió, asegurando que se trataba de una trampa para atraer a los demonios a atacar el evento y ser derrotados, en orden de dar un mensaje a otros demonios. Algunas personas comenzaron a tomar bandos y argumentar en sus propias mesas.

Robert comprendió el objetivo de Jimmy al asistir a ese lugar.

—Ya entendí— señaló, comenzando a comer.

Jimbert - Carry on wayward sonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora