VI. No puedo dejar que mueras

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Una pequeña caravana de seis individuos, cruzó el camino nevado del bosque, hacia la montaña. Dos damas que caminaban por el sendero, se apartaron al escuchar el trote de los caballos, ambas inclinaron la cabeza respetuosamente.

—¿A qué va el señorito a la montaña con este clima?— preguntó una de las damas, mientras se frotaba sus brazos regordetes, sintiendo el frío en sus huesos, a pesar de llevar un abrigo blanco con una amapola roja en el pecho.

La otra mujer, su hermana, de porte larguirucho y con una especie de túnica roja bajo un abrigo blanco, similar al de la otra, le respondió:

—De cacería. La gobernadora lo incluyó en la lista que actividades que el joven Page debe hacer este mes. Y como buen hijo, siempre cumple sus peticiones— explicó, mientras cargaba una canasta con peces que había recuperado de las trampas en el río.

—¿Es porque el señorito es un poco flojo? Siempre está rondando mi cocina, buscando alcohol y bocadillos— comentó la primera en hablar. La otra se rió.

Ambas portaban el uniforme del Palacio de Amapola; el de la mujer alta, la señorita Barron, era más elegante que el de su hermana menor, pues su función era atender al único hijo de la gobernadora y manejar el palacio; mientras que Amalia se encargaba de la cocina y requería un uniforme distinto.

Amalia encogió los hombros, pasando nuevamente sus manos por sus brazos.

—¿Pero con este frío y el peligro de la montaña? De verdad que la señora es estricta— comentó Amalia.

—El joven tiene que fortalecerse— señaló la señorita Barron. Amalia chasqueó la lengua.

—No todos deben ser capaces de todo como tú— le dio un leve empujón a su hermana, quien se rió.

—Será el gobernador, debe ser excepcional para ser digno— le recordó—. En cuanto a mí...— suspiró— Me basta con poder proteger a mi hermanita— sonrió. Amalia le dio otro leve empujón.


Al frente del grupo de seis estaba el caballo blanco de Jimmy Page; hijo mayor de la familia Page, dueños de esas tierras y residentes del Palacio de Amapola. Le seguía Jeff Beck, su mejor amigo, hijo de comerciantes, cuya familia tenía buena relación con la señora de Page. Detrás de ellos, David, guardaespaldas personal de Jimmy y su ayudante Roger, ambos a caballo. Los últimos dos hombres los seguían a pie, cargando el equipo de caza que sería utilizado durante el viaje.

Después de detenerse, a pocos metros de haber subido la montaña, los hombres con el equipo se quedaron atrás y los otros galoparon a prisa. Jimmy llevaba una espada en la cintura y un arco con carcaj a la espalda; persiguiendo liebres con poco entusiasmo.

La villa se había quedado muy lejana y desde esa altura se podía ver la ciudad completa, hasta sus murallas de piedra. Jimmy bajó del caballo, sacudió su cabello, el viento frío soplando en sus mejillas y una suave sonrisa en sus labios; lo protegía una pesada capa roja con peluche en el gorro y había estado galopando, así que su cuerpo estaba caliente.

Había ordenado a sus guardias que cazaran por él para que su madre tuviera pruebas de que había cumplido con la cacería como ella quería. Volteó hacia la cima de la montaña, cubierta por las nubes; a unos cuantos metros de él pudo ver dos figuras vestidas de rojo, eran los guardias del Palacio Amapola. Entrecerró los ojos al ver a Roger empujar a David y arrebatarle la liebre de las manos.

Jimmy suspiró. A su espalda escuchó el trote de otro caballo en la nieve, y pisadas que se acercaban, pero no se molestó en voltear.

—¿Qué están haciendo?— preguntó Jeff, cuando alcanzó a Jimmy, mientras acomodaba sus guantes de cuero.

Jimbert - Carry on wayward sonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora