VII. ¿Dónde están tus modales?

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Encontró el enorme Palacio de Amapola, las amplias puertas de madera con detalles de amapolas rojas y ramas, una flor más grande coronando la entrada, con versos inscritos alrededor.

Los guardias llamaron de inmediato a la señorita Barron y esta atendió lo más pronto que pudo. Al ver a Jimmy en brazos de un desconocido, tan frágil y vulnerable, cubierto de sangre, sintió que el suelo se sacudió bajo sus pies.

—Ay, mi señor— se acercó a prisa—. Rápido, llévenlo dentro— ordenó.

—Sí, señorita Barron— asintieron dos jóvenes y corrieron para cargar a Jimmy, pero Robert se negó a soltarlo.

—Jimmy me pidió que no me alejara de él— aseguró. La señorita Barron lo miró, tratando de reconocer su rostro.

—¿Es usted amigo del señorito Jimmy?

Robert entornó los ojos; esa mujer parecía suspicaz y él no quería tener que desgastarse convenciéndola de sus intenciones.

—Él te lo dirá cuando despierte— dijo serio. La señorita Barron movió sus ojos a un lado, como si lo considerara atentamente.

—¿Qué pasó con sus guardias y el señorito de la familia Beck? Enviamos gente a buscarlos a todos— cuestionó extrañada.

—Estaba solo cuando lo rescaté.

Ella bajó la mirada.

—Sígame— acomodó su porte y caminó al interior. Los guardias le cedieron el paso a Robert y este avanzó, cruzando las puertas del palacio.

Las inscripciones alrededor de la amapola roja en la puerta brillaron con intensidad, antes de que la placa cayera sobre la tierra. La señorita Barron se detuvo al escuchar y se giró, asomándose para ver detrás de Robert, quien no dejó de caminar. Ella frunció el ceño, volviendo sobre sus pasos, inclinándose ligeramente para examinar la pieza, que parecía haberse despegado del arco sobre las puertas.

—Vuelvan a colocarla— sólo dijo al final, continuando para alcanzar a Robert y guiarlo a la habitación de Jimmy, mientras los guardias buscaban la manera de acomodar de nuevo la pieza; de todos modos, no era la primera vez que se caía.


Jimmy estaba en su cama, inconsciente y siendo revisado por un médico, mientras la señorita Barron cambiaba el trapo húmedo en su frente. Al parecer tenía síntomas de neumonía, había perdido una buena cantidad de sangre, sus ropas se habían humedecido por la nieve derretida y su traje era muy ligero para el feroz clima invernal.

El doctor se marchó, dejando a la señorita Barron una lista con los medicamentos que debían prepararse. Esta suspiró, observando a Jimmy y sintiéndose preocupada; luego miró a Robert, que estaba sentado frente a la ventana, observando el cielo nublado.

—El señorito estará bien, usted debe estar hambriento, déjeme llevarlo al comedor— ofreció humildemente, señalando la puerta.

—Estoy bien— le dijo sin mirarla.

—El señorito necesita descansar— comentó, en espera de que comprendiera mejor.

—No haré ruido— rodó los ojos, antes de soltar una risa airosa y mirar a la mujer—. Ya lo salvé, ¿qué piensas que voy a hacer?— se irritó ligeramente, pero la señorita Barron no parecía inmutarse por ello.

—No me dijo su nombre, señorito— ignoró su pregunta.

—Robert.

—¿De qué familia viene?

Robert ladeó la cabeza y le sonrió.

—Soy de fuera— dijo tranquilamente. La señorita Barron suspiró, forzando una sonrisa.

Jimbert - Carry on wayward sonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora