XIX. Sanar tus heridas

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Llevó consigo varias botellas, probablemente más de las que podrían o debían beber. Aunque Robert no estaba junto al río, ya sabía donde encontrarlo. Junto a la cascada artificial que creó, un espacio para apartarse de los humanos y relajarse; estaba recargado contra la roca plana, comiendo frutos secos, pero no protestó al ver a Jimmy acercarse ni rechazó su bebida.

—Es una pena que desde aquí casi no se vea el campo de Amapolas— comentó Jimmy, estirando el cuello hacia la parte baja de la montaña, sin poder verlo.

—No hables de eso— pidió el rubio, antes de beber de una botella. Jimmy sólo lo miró, pero decidió escucharlo y dejó el tema.

Con unos tragos encima, gateó hasta el rubio, quien lo siguió con la mirada; se sentó a su lado y comenzó a contarle historias graciosas que habían sucedido en Amapola. Habló de las travesuras que le jugaba al servicio cuando era un niño, las peleas de sus dos guardias personales, las fiestas del pueblo y sus formas de evitar las labores de su estricta madre.

Quizás era el alcohol, pero Robert lo encontraba divertido; lo escuchaba con atención y sus ojos no se movían lejos de él. Jimmy se rió también, tomando aire y luego miró al hombre frente a él, quien no apartaba la mirada de sus labios. Era tan obvio al hacerlo, aún así Jimmy no imaginó que se acercaría un poco más; vio su mano trémula moverse hasta su mejilla para darle una caricia suave.

Se paralizó ante la idea de que era Robert quien quería besarlo, preguntándose qué tan ebrio estaba para atreverse, cuando siempre pretendía que Jimmy no le interesaba y que ambos eran de mundos distintos.

Robert juntó sus labios y los movió lentamente. Ambos cerraron los ojos; el rubio parecía hambriento de él; su beso se tornó más intenso en poco tiempo, las manos de Robert abrazando a Jimmy como si quisiera evitar que se apartara.

El demonio había pasado un tiempo esperando que Jimmy lo besara de nuevo, pero eso no había sucedido y el alcohol lo volvió más impulsivo, así que él mismo cumplió su deseo de probar esos labios de nuevo. La timidez que mostró la primera vez no estaba por ningún lado, mientras metía la lengua en la boca de Jimmy.

Su entusiasmo empujó a Jimmy contra el suelo, donde el beso continuó. Jimmy sentía que le faltaba el aire, pero los labios de Robert lo mantenían ocupado. Lo liberó apenas un instante; cuando el medallón plateado salió del interior de su camisa y aterrizó contra el pecho de Jimmy, Robert se detuvo, observando la pieza.

Jimmy tenía una brillante sonrisa en su rostro; alzó la mano para guardar un rizo dorado detrás de la oreja de Robert y acarició su rostro.

—Creí que serías más tímido— comentó Jimmy. Robert se ruborizó.

—No sé qué me pasó— balbuceó, intentando apartarse, pero Jimmy tiró del collar para que no se moviera.

—¿Estás tan ebrio como para hacerlo conmigo?— le sonrió Jimmy. Robert tragó saliva. La idea rodó por su mente un momento.

—No... No creo que sea buena idea— murmuró el rubio.

—Yo tampoco, pero estoy acostumbrado a arrepentirme por la mañana— rió, soltando el collar, permitiendo que Robert se apartara.

La culpa golpeó a Robert casi de inmediato; su acción impulsiva no sería fácil de borrar. Jimmy se sentó a su lado y le sonreía contento; el pelinegro se mordió el labio, mientras lo observaba.

—¿Me harías un favor?— preguntó, estando a pocos centímetros del rostro del rubio, quien se estremeció— Antes de la guerra hiciste crecer flores hermosas y ahora sólo te veo destruir y matar. ¿Puedes hacer crecer una amapola roja para mí?¿Una que nunca muera?

Jimbert - Carry on wayward sonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora