XII. Protección antidemonios

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En cuanto llegaron al pueblo la lideresa y su hijo les recibieron. El pueblo se veía pequeño y vacío, pues habitaban unas trescientas personas y era la hora de la comida, por lo que estaban todos en casa o en la posada.

Frente al enorme cartel a la entrada del pueblo había tres hileras de casas; en una de ellas un mercado de carnes, frutas y telas, pero nadie alrededor. Detrás de todas las casas se podía ver un campo de cultivo y un establo con un campo verde, cercado.

—Me alegra que hayan llegado con bien— les saludó la lideresa, tenía apenas una sonrisa, pues se trataba de un caso aterrador—. Deben estar exhaustos y hambrientos. Pedí a la posada del pueblo que prepararan algo de comer para ustedes, después podemos hablar de nuestra situación— comentó tranquilamente.

—Oh, que ellos coman. Yo me encargo— sonrió Janis.

—Por supuesto— aceptó, se giró hacia su hijo—. Tail, por favor muéstrales el camino a la posada.

—Por aquí— les sonrió el jovencito.

—Usted debe ser la hechicera Janis, con quien hablé en las cartas— la lideresa se dirigió a Janis, quien asintió—. ¿Con qué quiere empezar? Puedo reunir rápido a los testigos y parientes de nuestros fallecidos— ofreció.

—Quiero ver los cuerpos primero— aseguró Janis.

—Desenterramos a nuestra primera fallecida como pidió y conservamos a los otros dos— comentó bajo.

El cochero del pequeño carruaje siguió a la lideresa, quien le señaló el área de establo y lo dirigió con la familia que le daría hospedaje.


Janis entró en una pequeña casa improvisada: cuatro paredes y una puerta, había hierbas en los muros, para disimular el aroma de los tres cuerpos en el lugar, todos cubiertos con mantas.

La hechicera acomodó sus lentes, le dio una mirada a la lideresa, quien asintió levemente, permitiéndole retirar las mantas. Revisó las evidentes heridas en el cuello; de su bolsa obtuvo una regla de madera, que usó para dimensionar las marcas de manos; revisó las cavidades oculares, vacías, la piel gris pegada a los huesos y las manos.

Debajo de las uñas de la mujer más joven, encontró restos, con una pequeña navaja tomó una muestra y la frotó contra la oja de su libreta de notas, esta se manchó de negro. Janis jadeó, confundida.

—¿Descubrió algo?— la lideresa avanzó hacia ella.

Janis cerró la libreta y cubrió su boca con una mano, pensativa. Luego miró a la lideresa.

—Quiero hablar con todos los familiares y con sus vecinos— pidió. La lideresa estaba curiosa por conocer su descubrimiento, pero debía confiar en Janis, por el bien del pueblo.

—¿Con quién quiere ir primero?

—La gente de la primera víctima.

—Su hija es su única familia— aseguró—. Debe estar en casa.


Tail les contó con alegría que les habían preparado dos habitaciones en casa de la lideresa para que pudieran descansar luego de comer. Se disculpó por no poder acompañarlos en la comida, pues tenía que volver con su prometida para afinar detalles de su boda, que se había pospuesto debido a la tragedia que experimentaban en el pueblo.

El dueño de la posada se llamaba Han, era un hombre alto y musculoso, su bella esposa era una mujer de cuerpo redondo y sonrisa eterna. Ambos les dieron una cálida bienvenida y les asignaron una mesa reservada, con ventana a su lado y vista directa al pequeño escenario de la posada.

Jimbert - Carry on wayward sonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora