Capítulo XI

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Aún creo en mi mente esos momentos con Nathan, creo que me mantengo en la idea de poder tenerlo solo a él y quererlo únicamente a él, porque todos a mi alrededor tienen a alguien a quién dedicarle tiempo y cariño; todos tienen alguien a quien acudir, a quien besar y proteger, y mostrar su lealtad ante esa persona. Me parece magnífico el hecho de que te importe tanto una persona que seas capaz de entregarle tus promesas y hacer de esas promesas una realidad a corto o largo plazo, darle afecto, amor, palabras de aliento, e incluso servirle el universo en una bandeja porque harías lo imposible e irreal para poder ver a esa persona ser auténticamente feliz contigo. Eso es lo que deseo y no he obtenido, por eso lo imagino:

—Hueles a coco. —esboza un suspiro.

—¿Habías imaginado que ese era mi olor?

—No, pero siempre imaginé que olías muy bien. No me equivoqué, hueles delicioso —dice y hace una pausa, sus ojos viajan del camino a mi rostro. —. Déjame probar tus labios otra vez.

Quité las ligas de mis orejas y descubrí mis labios y nariz de la tela azul claro, se detuvo en un semáforo rojo, y se desprendió de su mascarilla también, se acercó a mí, tomé sus mejillas, y lo atraje a mí, abrí mi boca sedienta de sus besos, y unimos nuestros labios y lenguas, cerramos nuestros labios en los labios del otro, y los abrimos queriendo más; numerosas veces. Su boca se siente bien en la mía, su lengua se siente tan lasciva dentro de mi boca, se siente bien..., se siente como si él fue hecho originalmente para mí, y yo para él, porque sus besos me hacen sentir todas las emociones positivas que una persona puede experimentar.

El semáforo cambió a verde, la verdad es que estoy imaginando todos estos escenarios, mientras voy a la academia de baile en la micro, no le he hablado a Nathan, estoy en un debate interno, quiero seguir hablándole; es que lo amo y no sé cómo pudo hacer que este sentimiento renaciera dentro de mí, pero lo logró, es algo bueno, pero malo a la vez.

No puedo dejar de hablarle y desaparecer, no tengo tanto autocontrol. Él me envía canciones, abro la conversación y las escucho, me habla, le respondo, y es que cuando le escribo me siento demasiado bien, tan bien que siento que dependo de un mensaje de su parte para estar tranquila, lo cual no es tan sano. No es sano realmente.

Hablamos de muchas cosas, del futuro, del presente, del pasado, de cultura, hablamos mucho, y me encanta, y me hace daño, y me martirizo porque mi mente imagina esas conversaciones en un café, o caminando con él..., en Herrenhausen..., me encantaría poder caminar tomada de su mano por ese gran jardín que yace en su ciudad natal, quisiera poder visitar Herrenhausen con él, y maravillarme del paisaje que he visto solo por fotos, así que lo hago realidad en mi mente.

—Es tan hermoso que podría llorar. —me pego a la ventana observando el sitio a donde Nathan me ha traído.

—Es lo que ella dijo. —murmuró, aparcando el auto.

Me volteo a verlo y ladeo la cabeza, ese chiste es muy malo, pero aún así funciona para hacerme reír un poco.

—¿Sabes? Leí un poco de este jardín cuando me enviaste un enlace de Herrenhausen, está compuesto por tres jardines creo, y todo esto era propiedad de los reyes de Hannover.

—Hiciste la tarea. —sonrió complacido.

Nos bajamos de su carro y caminamos hacia aquel patio masivo de vegetación preciosa y organizada, no es naturaleza silvestre ni agresiva, como a la que estoy acostumbrada, vengo de un país con plantas que se adaptan para sobrevivir a todo tipo de clima, pero estos jardines son literalmente de la realeza, son plantas princesa.

Me siento nerviosa con él a mi lado, no sé como actuar, no sé, qué debo hacer, no sé en qué momento tomar su mano, o abrazarlo, o besarlo, pero él lo hace ver tan fácil. Nathan toma mi mano mientras caminamos por la vastedad de este paraíso verde, impoluto y majestuoso, nos tomamos fotos abrazados, Nathan me toma fotos graciosas, yo le tomo fotos a Nathan, a las edificaciones antiguas que están dentro de los jardines, le tomo fotos a Nathan distraído, a nuestras manos entrelazadas..., a todo.

Un océano entre nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora