Serpiente 5

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Zarpamos desde la punta de la bahía de Atototl cuando el sol comenzaba a despuntar. El mar estaba calmo y una brisa suave henchía el velamen. Cuatro remeros eran suficientes para mantener una velocidad considerable. A bordo reinaba la misma tranquilidad que en las aguas; los ánimos de la tripulación estaban tan serenos que tal vez fuese aquel el presagio de una calamidad. Mexicas y huastecas, viejos enemigos, remaban acompasadamente y trabajaban juntos en las faenas. Pero todo lo hacían sin dirigirse la palabra, sin sí-quiera mirarse; cualquier pequeña rispidez podía significar la chispa que encendiera la hoguera. Los huastecas, expertos navegantes, se movían seguros de aquí para allá por la cubierta sin perder el equilibrio; en cambio los mexicas se mostraban vacilantes, por momentos sufrían mareos y se arqueaban sobre la baranda para vaciar las tripas. Considerando la superioridad de los antiguos dominados en esta pequeña patria flotante, los reclusos liberados debían admitir para sí que su vida dependía ahora de aquellos a quienes solían avasallar. Era una calma forzada por las circunstancias. Pero temía yo que no durara demasiado.
Pasado el mediodía noté de pronto una expresión de pánico en la cara de los mexicas. Giré mi cabeza para mirar en la misma dirección que ellos y mi corazón se estremeció: la angosta línea de tierra sobre el horizonte había desaparecido por completo a mis espaldas. Adonde mirara no veía más que agua. Todas mis creencias, todas mis convicciones han quedado suspendidas sin tener en dónde afirmarse.

El Conquistador - Federico AndahaziDonde viven las historias. Descúbrelo ahora