Agua 9

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Hoy ha sido un día difícil. Sucedió lo que yo tanto temía. La cercanía de tierra firme hizo que algunos de los mexicas recuperaran un poco de seguridad y hubo un altercado con los huastecas; todo comenzó con un intercambio de palabras, luego unos insultos y, finalmente, dos hombres terminaron trenzados en lucha. Uno de ellos, un mexica pendenciero lla- mado Michoani, quitó uno de los remos del seguro y lo descargo con ferocidad contra el otro hombre. Cerca estuvo de romperle la cabeza; el agredido pudo esquivar el golpe, pero el remo quedó destruido, parte de la cubierta dañada y un tramo de la cuerda para lanzar flechas, cortada. Por primera vez tuve que hacer valer mi autoridad: ordené a los otros hombres que los separasen y detuvieran la pelea; obedecieron de inmediato, de otro modo la expedición hubiese zozobrado en ese mismo instante, ya que Michoani, enceguecido por la furia, blandía el remo sin importarle destruir todo lo que estaba a su alcance. Una vez reducido por los tripulantes, le advertí que si no entraba en razones lo castigaría haciendo que lo ataran de pies y manos y lo encerraran bajo la cubierta.
Contrariando mis planes, ahora deberíamos tocar tierra para reparar el casco y construir un nuevo remo. De modo que debimos cambiar el curso de la nave con rumbo Este cuarta Sureste.
Estábamos cerca de la isla de Quisqueya. Las montañas que se veían corresponden a Hay-ti, que en idioma taino significa "tierras altas".
Divisamos una lengua de arena junto a un pequeño acantilado de piedra y creí que era ése un buen lugar para fondear. Mandé a los dos hombres que habían reñido a que nadaran hacia la tierra firme para ver que no hubiese peligros. Los elegí en parte como castigo por lo que habían hecho, y en parte para que, compartiendo una tarea riesgosa, estuviesen obligados a protegerse el uno al otro.
No habían terminado de alcanzar la costa cuando vimos surgir de entre los arbustos una enorme cantidad de nativos armados con lanzas y flechas de punta roja, cuyo color vivaz, igual que la piel de las serpientes, advertía que tenían veneno. Estaba seguro que eran esos los canibas que devoran hombres

El Conquistador - Federico AndahaziDonde viven las historias. Descúbrelo ahora