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ELIZABETH ÜLKER

«Despierta..., debes despertar.»

Estoy a punto de abrir los ojos, cuando recuerdo mi pequeño ritual. Solía hacerlo para tener buena suerte todas las mañanas, pero lo dejé de hacer desde que Baadir y Ahmed aparecieron en mi vida pues creí que ya tenía suficiente suerte con conocerlos.

Fui una tonta.

—Hoy todo va a salir bien, soy valiente y capaz de todo. —lo repito tres veces en un susurro.

Cuando termino, al fin abro los ojos y recuerdo donde estoy. El cuarto es muy amplio, de hecho, es más grande que mi antigua casa en Vakirust. Supongo que la casa le pertenece a toda la familia de Ahmed y ahora tendré que averiguar por mi cuenta cuántas personas viven aquí para prepararles el desayuno.

Regreso mi vista a un lado y noto a Ahmed dormido plácidamente por lo que decido no molestarlo. Me levanto de la cama despacio y me pongo los zapatos para dirigirme a buscar un baño. Cuando lo encuentro hago mis necesidades y me aseo con lo que puedo encontrar a la mano.

Salgo de la habitación y bajo para encontrar la cocina, la cual no se me hace nada difícil encontrarla pues escucho una pequeña bulla en el lugar. Cuando entro, noto que hay algunas señoras y dos muchachas preparando el desayuno.

«¿Serán las esposas de los familiares de Ahmed?»

Supongo que aquí, cada esposa prepara el desayuno para sus esposos o hijos si es que tienen.

—Buenos días —digo nerviosa pero sus caras me dan a entender que no me entienden nada.

—Usted..., ¿ser nueva? —trata de decir una y asiento.

Señalo el desayuno que una muchacha está preparando, pero no me entienden, hasta que otra chica se acerca con un aparato similar al que suele llevar Ahmed y me lo pone casi en la boca.

—Hablar —dice.

«¿Le hablo al aparato?»

—Tengo que preparar el desayuno para Ahmed —digo despacio y cuando termino, del aparato sale una voz, pero en otro idioma.

«¿Hay alguien ahí dentro?»

La chica le habla al aparato y me lo acerca a la oreja. Vuelve a sonar la voz anterior pero ahora entiendo lo que dice.

—Si te mandó el señor, debes hacerlo —asiento—. Le gusta tomar café y huevos revueltos.

Me muestran donde está cada cosa y lo preparo rápidamente pues ya estoy acostumbrada a hacer el desayuno para muchas personas. Cuando termino, acomodo el desayuno en una bandeja para llevárselo a Ahmed, pero soy detenida por una de las chicas, que me quita la bandeja de las manos y se lo lleva de la cocina.

Estoy a punto de replicar, cuando aparece la muchacha del aparato y me lo vuelve a poner en la oreja.

—Tú, tienes que empezar a limpiar la sala.

Me entrega una escoba, un trapeador y varios utensilios y botellas con líquidos. No tengo tiempo de responder cuando ya me estan sacando de la cocina en dirección a la sala donde ayer estuvimos reunidos.

Las dos mujeres que me trajeron se limitan a señalarme toda la sala y se van de vuelta a la cocina.

«Bueno, manos a la obra.»

Cojo un pequeño trapo y empiezo a limpiar los polvos del lugar. La sala es enorme por lo que me tardo casi veinte minutos en limpiar muy bien cada rincón de polvo. Cuando estoy casi a la mitad de la sala barriendo, escucho como algo se cae que me hace pegar un salto para atrás. Alzo mi vista buscando la cosa que boté, pero lo que veo es al abuelo de Ahmed parado en las escaleras que llevan al segundo piso.

Hacerte Sentir Mi AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora