7

55 6 3
                                    

ELIZABETH ÜLKER

A la mañana siguiente, me levanté y preparé todo para mi regreso. Traté de no hacer tanto ruido mientras alistaba mis maletas porque no quería despertar a Ahmed. Solo guardé lo que traje conmigo desde Vakirust. Cuando terminé de empacar, fui directo a tomar un baño para luego ponerme el mismo vestido con el que llegué a Turquía.

Al salir del baño lista, lo primero que vi fue a Ahmed levantando mis maletas que había dejado al pie de la cama.

—Buenos días —me acerco y baja mi maleta.

—Buenos días Sultana —trata de acercarse a mí, pero me hago a un lado evitando que llegue. No quiero que esto se vuelva más difícil para mí—. Entiendo, sigues enojada, pero ¿Me puedes decir qué es esto? —señala una maleta.

—Mis maletas para el viaje. —traté de sonar estable, aunque por dentro tenía tantas ganas de rogarle que me diera otra oportunidad.

Si regreso a Vakirust sé que viviré un infierno desde el momento en que llegue a mi pueblo. Ahora no habrá héroes que me salven de mi destino, ahora ni siquiera podré volver a mi antiguo hogar sin que se burlen de mí.

—¿Estás segura de llevarte todo eso?

—Si ¿Por qué? ¿Acaso no se puede? —no pude ocultar mi tono de enfado.

Esperaba, no, rogaba que al despertar Ahmed me dijera que todo era una broma y que me dejaría quedar a su lado, pero por lo visto eso no ocurrirá.

«¿Qué hice mal? Tal vez..., tal vez sea porque no cumplí los deberes de una esposa. Si, supongo que fue eso.»

—No, bueno sí, claro que se puede Sultana —desearía que dejase de llamarme así si ya no soy nada para él—. Voy a alistarme, no tardo.

Como dijo, no tardo nada en bañarse y salir completamente arreglado. Hasta parece que le urge que me vaya de aquí.

La última esperanza que quedaba muy en el fondo de mí, de que esto es una broma, se pierde cuando él toma mis maletas y sale de la habitación. Le pregunté si puedo despedirme del abuelo, de su padre y de Anastasia, pero me dijo que sería una pérdida de tiempo y que ellos ya saben que me iré.

Antes de cruzar la puerta de salida, recuerdo lo más importante.

—¿Puedo llevarme a Sun?

—¿Para qué? —se detiene y me mira.

—Yo..., la quiero y quisiera llevarla conmigo, si no te molesta, claro.

—No —contesta al instante—, creo que no es prudente que te la lleves. —vuelve a jalar mis maletas y sale de la casa.

Las lágrimas se empiezan a acumular en mis ojos, pero no dejo que salgan, trato de aguantar un poco más. Al final, no me queda más remedio que seguirlo y entrar al auto. En el camino trata de preguntarme si dormí bien pues la noche anterior puse almohadas entre nosotros para dormir. Estaba enojada, muy enojada conmigo y con él por haberle confesado mis sentimientos y que, aun así, no hayan sido suficientes para él.

Mis respuestas a todas sus preguntas son solo monosílabas e intento no verlo a la cara en todo el trayecto. Al llegar al aeropuerto al fin suelto el aire que no sabía que tenía retenido.

«Esto es el fin de mi historia de amor.»

—Señor, buenos días —Saluda Asil y después me mira—. Seño... ¿Señorita? Buenos días.

—Buenos días Asil.

—¿Me permiten las maletas? —Ahmed se las da.

Asil las toma y trata de caminar mientras las levanta, pero a medio camino, una de ellas se le cae y se rompe, dejando ver todo su contenido. Mis papeles también los tenía ahí, no sabía dónde guardarlos. Todo se empieza a esparcir por el lugar.

Hacerte Sentir Mi AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora