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AHMED ÜLKER

—Yo..., lo siento mucho... —empezó.

—¿Qué pasó doctora? —atiné a decir con un hilo de voz.

—Siento mucho que no haya recibido noticias sobre su esposa a tiempo —regresó su mirada tras ella, donde estaba una enfermera—. Su esposa se encuentra estable desde hace unas horas. Tenían que pasar a verla desde ese tiempo, pero al parecer la enfermera se olvidó de avisarles, por lo que no podrán verla hasta mañana.

Sentí que un gran peso se quitaba de mis hombros al saber que ella estaba bien. Pero al recordar que no mencionó a mis hijos, volvió mi preocupación.

—¿Y los bebés? ¿Qué pasó con ellos? —estaba preparado para la peor noticia, pero sabía que iba a doler igual.

—Ellos están perfectos, no hubo necesidad de escoger entre sus vidas porque logramos estabilizar a la madre a tiempo —mi alma regresó a mi cuerpo—. Son muy fuertes, sobre todo la niña que al ser más pequeña tenía más riesgos de no sobrevivir.

«¡Es una niña!» Quería saltar de la felicidad, pero no podía perder la cordura, no ahora.

Tras despedirse la doctora, todos vinieron a abrazarme y a felicitarme. Estábamos felices, sin embargo, yo aún no podía estar completamente tranquilo. Tenía que verla con mis propios ojos para poder estar seguro que ella y mis hijos estuvieran bien.

Mi abuelo, como era de esperarse, llamó al director del hospital para que nos dejaran pasar a verla. Y en menos de diez minutos, el mismo director llegó con nosotros para autorizarnos pasar. Incluso logramos que colocaran otra cama en el cuarto de mi Sultana para quedarme con ella toda la noche.

—Ya está todo listo, pueden pasar a verla —dijo el director—. Sin embargo, deben hacerlo de dos en dos para que los otros familiares de pacientes no nos exijan lo mismo. Eso es todo, me tengo que ir —se dirigió a mí—. Espero que su esposa se recupere muy pronto. De mi parte pondré a los mejores especialistas a su servicio.

—Gracias por todo.

Después de hablar con todos, decidimos que yo entraría al final para quedarme toda la noche en la habitación. Primero entraron su padre y su hermano, los cuales estaban desesperados por verla, al igual que todos.

Mientras esperábamos que salieran, las personas que menos deseaba ver aparecieron frente a nosotros.

—¿Qué hacen aquí? ¡Larguense! —dijo el abuelo mientras se acercaba amenazante a ellos.

—Nosotros solo venimos a pedirles una cosa —respondió desesperado el padre de Mariam—. Una última cosa Ahmed, por favor...

—No, a mi no me vengan a pedir nada porque no pienso mover un dedo para ayudar a su hija.

Sabía que para lo único que habían venido era para evitar que su hija fuera encarcelada. No podía creer que siguieran pensando que no haría nada contra ella, cuando casi pierdo lo más valioso de mi vida por su culpa.

—¡Nos lo debes Ahmed! —gritó la madre llamando la atención de todos a nuestro alrededor.

—Yo no le debo nada a nadie señora, así que váyanse ahora mismo de aquí, si no quieren que...

—¡No! No me iré de aquí hasta que quites la acusación contra mi hija.

—Él no quitará nada señora, así que lárguense si no quieren que todo el mundo se entere de lo que hizo su hija y sus empresas se vengan abajo. —mi padre sabía jugar sus cartas y estaba seguro que en este momento todos los inversionistas que trabajan con la familia de Mariam, estarían rompiendo sus contratos para ganar uno con nuestra empresa.

Hacerte Sentir Mi AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora