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ELIZABETH AYDIN (ÜLKER)

Las náuseas y vómitos no me dejaron dormir toda la madrugada. Ahmed por su puesto tampoco durmió y quizo llevarme varias veces al hospital pensando que algo malo ocurría conmigo pero lo calmé diciendo que era normal. Eso lo sabía porque la doctora me explicó un par de cosas mientras él se desmayó durante el ultrasonido y fueron de gran utilidad pues yo hubiera estado más asustada que Ahmed.

—¿Estás lista cariño? —me abrazó por la espalda.

—S-si —el perfume que llevaba Ahmed se me hizo lo más horrible del mundo— ¿Podrías alejarte?

No quería volver a vomitar.

—¿Qué hice mal? —se posicionó frente a mi preocupado— ¿Estás enojada?

—No, es solo que tu olor..., me da algo de náuseas.

No tardó en dar media vuelta para perderse en el vestidor y tras unos minutos salió con otra ropa.

—Listo Sultana, ya me cambié y ya no huelo al perfume —se acercó a mi para que lo olfatee y cuando asentí dandole mi aprovación, me abrazó—. Ahora si puedo abrazarte sin producirte náuseas.

No solo me abrazó, empezó a dejar besos en todo mi rostro.

Cuando al fin terminamos de jugar, bajamos a desayunar, pero notaba algo extraño en la casa. había más movimiento de personas que no conocía a mi alrededor. Entramos al comedor y ya todos estaban esperandonos, solo faltaba el abuelo.

—¿Quienes son? —vi pasar a unas chicas que no conocía. Llevaban una caja enorme al segundo piso.

—Son las nuevas empleadas que contraté —habló el padre de Ahmed—. Cada una de ellas siguieron cursos especializados en primeros auxilios y saben incluso atender partos.

—Papá ¿qué hiciste? —reprochó Ahmed mientras me ayudaba a sentar.

—Lo que escuchaste y creeme que eso no es nada comparado a lo que tu abue...

—¡Buenos días familia! —entró el abuelo con una sonrisa de oreja a oreja. Se acercó a abrazarme primero— ¿Cómo amaneció la mujer más hermosa del planeta?

—Mi prometida, muy bien abuelo —Ahmed respondió por mí, parecía celoso—, pero creo que alguien se levantó más loco que otros días. ¿Qué es toda esa gente en la casa? sabes que a mi Sultana no le gusta la gente extraña y...

—Si si Ahmed, ya callate —se sentó a lado mío y me tomó de la mano—. Querida, disculparás a este viejo pero me he tomado la libertad de comprarles algunas cositas a los bebés.

—¿Algunas cositas? —Me emocionaba saber que mis bebés ya son amados y esperados con ansias.

—Si, nada del otro mundo —hizo un gesto con la mano restandole importancia—, pero quiero que las veas para que decidas que te gusta y que no.

—Seguro me gustará todo abuelo, no tenemos que...

—Compraste toda la tienda ¿verdad? —le dijo Ahmed.

—¿La tienda? —no entendía.

—Lo hiciste ¿verdad? —era más como una afirmación.

—Solo una sucursal —se sentó el abuelo como si nada—, pero eso no importa. Aquí lo importante es que mis bisnietos desde ahora tendrán todo lo que necesiten y no necesiten.

—Los vas a consentir y se volverán caprichosos como yo —aseguró Ahmed.

—Para eso están los abuelos y bisabuelos —se señaló así mismo con orgullo—. Por cierto —regresó a verme—, las tardes de lecciones de turco van a disminuir.

Hacerte Sentir Mi AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora