Síndrome de Estocolmo.

434 29 2
                                    

Cajas de tabaco vacias sobre la mesa, una cama deshecha y un perfectamente desordenado síndrome de Diogenes en mi cabeza. Me acuerdo de ti constantemente. Segundo a segundo. Tic, y nosotros en la cama. Tac, y tu dedo por mi espalda. Me dan tics al recordar tu sonrisa mirandome a los ojos y sufro taq-uicardias cuando, presa de la ansiedad, recuerdo que no te tengo. Quizá lo mio sea el síndrome de Estocolmo, pero esque, joder, te juro que prefiero pasar siete vidas siendo tu puta (y) esclava que un sólo tic tac lejos de tu piel. Pero el tiempo sigue. Tic. Una vez le dije a una amiga que se pusiera las pilas, que el tiempo no se detiene para nadie y vuela sigamos o no con nuestras vidas. Tac. Quizá debería empezar a aplicarme mis propios consejos. Pero esque lo único que quiero es que te pierdas dentro de mí, que me hagas perderme y así perdamos la jodida noción del jodido tiempo. Que mandemos juntos el orden a tomar por el culo y nos dediquemos a amontonar recuerdos en el piso de arriba hasta que el suelo venza y se nos caiga encima en pleno orgasmo. Y así, quizá, sustituiría el tabaco por tus besos, droga cien veces más fuerte que, desgraciadamente, no se vende en tiendas. Quizá la cama seguiría deshecha, pero ocupada por nuestros cuerpos sudorosos mientras los muelles de esta se quejan. Quizá, y sólo quizá, en vez de acumular recuerdos nos dedicariamos a crear nuevos, más bonitos y más reales. Y entonces, a esto, a nuestro pequeño desorden, dejarían de llamarlo enagenación mental para llamarlo amor. Pero el tiempo pasa, no me muevo y los recuerdos acabarán por sepultarme en este fría habitación. Tic tac. Tic tac. Prometí quererte para siempre.

Disturbios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora