🔮 Capítulo III 🔮

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KINDA.

–Brenda. ¿Puedes dejarnos a solas, cariño? –asiente y sale de la cocina brincando como si de una ranita se tratase– ¿Me puedes explicar por qué mierda no te alégrate por tu hija, Franklin? –digo de brazos cruzados–

Está de espaldas a mí pero veo como se tensa para soltar un suspiro y relajarse un poco.

Solo un poco, nada más.

–Claro que estoy feliz por ella, Kin. –murmura–

–Eso, no es lo que parece, Franklin. –vuelve a tensarse, sabe que cuendo le llamo así, es que estoy realmente molesta– Se puede decir que le dijiste que estabas contento para hacerte el buen padre y sentirte orgulloso cuando en realidad parecías un tremendo hipócrita.

Se gira para encararme haciendo que esos ojos verdes que tanto amo se vean dolido y enojado.

Pero en mi defensa, tengo todo el derecho de estar molesta con él.

–No me hables de esa forma, Kinda.

–Te hablo como me de la regalada gana. Tú no eres ni madre, ni padre y mucho menos mi hermana mayor para que no te hablé de esta forma.

–Soy tu marido y merezco respeto.

–Cuando lo lleves, entonces yo te lo daré. Mientras tanto, mi respuesta es no.

–Kinda... –me réplica–

–¡KINDA, ni que ocho cuartos! ¡Me dices que fue lo que pasó sí o sí! –suspiro de manera exagerada intentando calmarme– ¿A ti te pasó algo que yo no sepa, Franklin?

Está callado por unos minutos mientras se gira para quedar espaldas a mí otra vez sujetando el lavaplatos.

Suspirando una vez más camino rodeando la pequeña isla que hay en medio de la cocina para pasar mis brazos alrededor de su cintura y besando su ancha espalda cubierta por una camiseta blanca traslúcida dejando ver las pocas escamas que tiene en está.

-Cielo, últimamente no estás siendo tu mismo. Y eso me altera aunque no lo creas pero trato de disimular porque sabes que Mika es buena leyendo el rostro. Estoy preocupada y lo de hoy fue la gota que colmo el vaso.

–Lo siento, tienes razón. Es que no me he sentido bien. –suspira, entrelazando nuestras manos– Siento haberte preocupado.

–¿Te has vuelto a sentir mal? ¿Vamos al hospital? Espera. –me separado, cojo su brazo y lo giro– Me habías dicho que ya fuiste pero no me dijiste lo que te dijeron. ¿No es nada grave, verdad? –evita mirarme a los ojos, mientras aprieta la mandíbula– ¿Verdad? –insisto–

-No, no lo es. -murmura aún sin mirarme-

-Frankie. Si lo dices así, no me lo voy a creer. Dímelo mirándome a la cara. -no lo hace- Frankie.

Cuando me vuelve a mirar noté que estaban cristalinos, está a punto de llorar.

Me acerco a él mientras me envuelve en abrazo intentando reconfortarse. Entierra su cara en el espacio que hay entre mi cuello y mi hombro para empezar a solar pequeños sollozos.

Mi amigo, mi amante, mi esposo se encuentra llorando de manera silenciosa sobre mí.

Frankie es un hombre o mejor dicho un tritón bastante sensible aunque por su estructurado cuerpo hace creer en todo lo contrario.

Mi marido medirá un metro ochenta y cinco, estará bien musculoso, espalda ancha y todo lo que quieras. Se verá como macho pecho peludo por tal de defender a su familia.

Pero en realidad, es todo un primor. No es rudo, sino amable; no es frío, es cariñoso; es del tipo de hombre que si te sucede algo por más insignificante que sea, el está dispuesto a ayudar en todo lo que esté en su alcance.

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