Las flores

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"También yo, como él, inmóvil y aislado del mundo, descifrando puros signos"

La misteriosa llama de la reina Loana

Umberto Eco

Yoshio Satoru acompañó a Alina a casa de madame Midori, quien lo recibió exaltada, muy alegre y deshecha en cumplidos y alabanzas llenas de palabras dulces y melosas hacia su persona. El general escuchaba todo lo que decía sin emitir una sola palabra. Madame Midori solo dio unas indicaciones a Alina sobre las tareas que quería que hiciera; ella se sorprendió de que la presencia de Satoru no la moviera a tratarla mejor, a disimular que la tenía como sirvienta y también notó que, a diferencia de todas las otras ocasiones en las que la había visitado, no habló de su vida en ningún momento, únicamente se dedicó a halagar al general. Le sirvió el té, que Alina preparó y solo se levantó en un momento en el que fue a su cuarto a buscar una caja con ropas viejas pero muy finas y se las obsequió:

-Estos son dos antiguos kimonos, algunos de los que guardaba. Quiero que se los lleve, me gustaría pensar que Alina-san pueda usarlos en su casa, general.

-Es muy amable- dijo Satoru como primeras palabras en ese lugar:- mas no puedo aceptarlos. Son prendas muy valiosas para usted.

-No se preocupe, ya no puedo usarlas, ya no tengo esa figura. Y me alegraría mucho que pudieran volver a vivir en algún lado.

El general agradeció asintiendo la cabeza y tomó la caja sin decir más. Alina escuchaba desde atrás con curiosidad y recelo, preguntándose por qué le sorprendía que una persona a la que no conocía, de la que seguramente debía dudar de sus escrúpulos, la arrojara a las fauces del lobo que sabía, porque se lo había dicho, que intentaba evitar y que Satoru, dos veces, le dijo que respetaría. No tenía ningún motivo para confiar en madame Midori y aun así se sentía traicionada. Entendía que ella solo se hacía publicidad a sí misma, no abogaba por los intereses de Alina, prácticamente no recordaba su presencia.

Madame Midori continuó hablando, se puso de pie para enseñar al general su jardín y notó cómo permanecía más absorto en las flores que en sus palabras:

-Siempre le obsequio plantas a Alina, ¿le gustaría alguna en especial?

Alina supuso que Satoru le diría que las flores le recordaban a sus padres y se sorprendió de que él guardara absoluto silencio. Solo negó con la cabeza. Madame Midori igualmente le indicó a Alina que recogiera lavanda y se la llevara, argumentando que sería un lindo detalle que armonizaría su hogar. El general agradeció nuevamente en silencio y, tomando la caja de los kimonos, salió cuando Alina terminó sus quehaceres.

En el camino de regreso, ella se atrevió a preguntar por qué no le había dicho que no era su amante, más que nada por miedo a que no cumpliera su palabra. Él le respondió:

-Conviene que crean que eres mi amante, no te harán daño así. Dejan que crean, no te afectará lo que digan.

-Mi abuela tenía un concepto distinto sobre eso.

-Claro, porque ella se preocupaba de la imagen con la que te insertaría en sociedad. Pero tú no te insertarás en esta sociedad.

-¿Cómo un mismo hecho puede afectar mi imagen negativamente y al mismo tiempo exaltar la suya?

-La sociedad se compone de parámetros con los que se te evalúa. Muy pocos se preguntan si son correctos, la mayoría solo los cumple porque mientras se te va el tiempo tratando de cambiarlos tu vida se destruye. Cuando acabas necesitando de la sociedad decides simplemente obedecer lo que te piden.

El hielo de la guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora