La ciudad y sus puertos

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"Lo cierto es que vivimos postergando todo lo

postergable; tal vez todos sabemos profundamente que

somos inmortales y que tarde o temprano, todo hombre hará

todas las cosas y sabrá todo"

Funes, el memorioso- Jorge Luis Borges

Yoshio estuvo a primera hora en la estación de tren para entregarle su confirmación a Koichi Suzumuru. A la semana siguiente, Ibuki Isama desapareció para no volver. Hay un solo motivo por el cual un personaje deja de ser relevante y es que su historia se convierte en una espiral cíclica de mismos actos. Esto sucede ya sea porque se alcanza un estado de paz, felicidad, realización y equilibrio que vuelven todas las otras decisiones sencillas, cotidianas, comunes y sin consecuencias nefastas, o porque se estanca en repetir una y otra vez las mismas actitudes, sin cambios, sin aprendizajes, donde todo acaba redundando en las mismas idioteces, una tras otra. En este último caso, de la mayoría de las personas, su historia importa únicamente por los efectos que tiene sobre los demás, y después de que dejan de afectar a alguien que importa simplemente ya no interesan. Son personajes secundarios en su propia vida.

A la distribuidora llegaron personas nuevas que se instalaron y Yoshio volvió a disponer de su tiempo libre. Ayudó en todo lo que pudo a la nueva administración y abril pasó rápidamente entre la ansiedad de que llegara la nueva oportunidad y la posible pérdida cuando se concretara. Al arribar los solares de mayo viajaron en tren en un trayecto a lo largo de toda la isla hasta llegar al destino, la poderosa ciudad de Seimei. No se parecía a Hangyu más que en algunos barrios aledaños, ni a Saku, aunque tenía grandes jardines, templos, barrios tradicionales y parques en los bosques circundantes; lo que las diferenciaba era el movimiento, había tumulto constante sin la alegría estacionaria de una fiesta, la gente andaba sin cesar, se levantaban imponentes fábricas en el lado norte, tenía estadios, teatros y muchos, muchísimos locales y comercios con carteles brillantes y llamativos, algunos con luces de neón. El centro era muy concurrido y muy extenso, en las afueras los barrios eran más tranquilos y armoniosos. Mientras transitaban en auto hasta un hotel, Alina percibía un ambiente distinto a los lugares en los que había estado, la marea de gente era contagiosa, se sentía la necesidad de hacer algo; también observó la ropa de las personas que viajaban, sobre todo las mujeres, cada tanto se encontraba con algunas vestidas de forma occidental. En los hombres ya era habitual verlos de traje o ropa casual.

El hotel también era alto, no a los estándares contemporáneos, pero ya tenía cinco pisos, lo cual era una diferencia, no se extendía sobre el terreno, sino hacia arriba. Desde su ventana podía ver el puerto hacia el suroeste. Era un lugar muy transitado tanto en mercadería como en personas, llegaban barcos de carga y pasajeros; al norte, una avenida lo conectaba con las fábricas de la entrada de la ciudad, bordeándola. Hacia el sur se levantaban los barrios, que se perdían en los bosquecillos. No había montañas cercas, solo un lago hacia el sureste, enmarcado en un paisaje urbano que en algunos metros tenía viviendas tradicionales y en otros se explotaba comercialmente con locales importantes.

Seimei había sido un pueblo portuario que se afianzó con motivos comerciales, los barrios tradicionales fueron construidos por grandes dueños y empresarios, lugares grandes y suntuosos con fines vacacionales; los edificios avanzaron junto con el progreso y la necesidad de empleados, pero luego todo siguió su propio rumbo y no se pudo invertir más en construcciones antiguas sino que había que preservar el capital, el terreno, el espacio, puesto que la ciudad creció rápidamente en su demografía gracias al trabajo que ofrecía. La guerra no había beneficiado a la ciudad, más bien, su derrota la había perjudicado ya que durante la misma fue un paso importante de soldados, mercancía y armamentos. Pero al ser derrotados se perdió el capital, el dinero para despilfarrar, se vencieron los plazos de pago, se redujo la posibilidad de comprar. Se notaba en los comercios cerrados, en las personas que embarcaban para no volver, en aquellos que llegaban para salir y no tenían cómo costear los viajes y esperaban en pequeños barrios pobres, en el desigual andar de las personas, atareadas, preocupadas, felices de pequeños empleos, sufrientes y esperanzados.

El hielo de la guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora