La bendición de los cerezos

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"En efecto, en aquel momento veía a la muchacha mejor que la noche precedente, y la comprendía intus et in cute porque en ella me comprendía a mí mismo y en mí a ella misma."

El nombre de la rosa- Umberto Eco.

Tal vez fuera porque no salían a un paseo largo en mucho tiempo, tal vez las flores del paisaje simplemente fueran de verdad hermosas, tal vez era el frío que se alejaba para dar inicio a la primavera, pero toda la realidad que los rodeaba se ofrecía de manera encantadora y seductora, se abría camino para complacerlos, se esforzaba en servirlos en un banquete de felicidad. Ambos viajaban por el tren disfrutando de la vista, del aire suave y de la ternura de la naturaleza. Ninguno se atrevía a negar la belleza del paisaje puesto que reconocían internamente el impacto que estaba causando en ellos, en Yoshio porque de a momentos dejaba de preocuparse por la honestidad de Isama, y en Alina porque se perdía en la vista y desviaba la atención de las ropas remendadas que ya llevaba puestas.

Alina le preguntó si ya había viajado allí y él respondió que solo lo hizo en dos ocasiones. Saku era un pintoresco lugar en el que el presente atrapaba el pasado para que no dejara de bailar a su lado. Las calles adoquinadas se entrelazaban, de fondo imperiosas montañas las coronaban y entre medio se alzaban muchas casas tradicionales, enormes y majestuosas. A medida que el tren se iba adentrando en el pueblo para llegar a la estación, se levantaban edificios nuevos y modernos, alumbrados, luces extravagantes en distintos puntos, fábricas y puestos callejeros con aparatos electrónicos. A todo lo cohesionaba una decoración común: cada calle estaba adornada con pasacalles de colores, cada poste tenía un juego de flores, los vendedores ambulantes abundaban, desplegando sus aromas dulces. La primavera en su eterno ciclo reverdecía las estampas del pasado e iluminaba las sucesiones de presente que ocurrían a sus lados.

Al llegar a la estación, Yoshio mencionó que lo veía más próspero de lo que recordaba y se alegró por eso. Descendieron del tren y continuaron a pie hasta el hotel, que quedaba en dirección contraria al centro comercial de la ciudad. Todo transmitía tanta alegría y cordialidad que Alina sospechó que estaba en el año equivocado, la vida equivocada, el momento incierto y solo era el lugar correcto. Sobre todo, notó que no era tratada como ajena al lugar y pronto supo el motivo: había muchas personas occidentales allí, por lo que escuchaba, posiblemente eran ingleses. Era sencillo distinguirlas, no por sus facciones, sino porque se detenían a observar los árboles a cada paso. Todos los cerezos estaban florecidos y, a medida que avanzaban, la vegetación aumentaba y las casas espaciaban, adentrándose en un barrio muy armonioso y tranquilo.

-Hay muchos árboles aquí. Con razón celebran una fiesta de primavera.

-El jardín de Saku está lleno de cerezos que florecen en esta fecha.

-Debe ser muy importante para ti.- apuntó ella.

-No había recordado ese detalle.- murmuró él.- En cierta forma, es como hablar con ella.

Entraron al hotel que les habían reservado y Yoshio le entregó la mitad de los cupones y el dinero para que los usara como quisiera. Era un lugar precioso, rodeado de naturaleza, con pasillos amplios y luminosos, tranquilos y donde se escuchaba el tierno discurrir del agua que provenía de las termas de afuera junto con el viento meciendo los árboles entre los cantos de las aves. Las habitaciones eran sencillas, pero cómodas, desde la de Alina se veían los estanques y los bosques en el fondo. El comedor estaba frente a ellas y de noche lo alumbraban con linternas tradicionales. Los futones eran mucho menos viejos que los de la casa de Yoshio y Alina sintió, cuando se acostaba, que caía en una pequeña nube.

Al otro día ascendieron por la calle por la que habían llegado hasta el corazón de la ciudad, donde encontraron los negocios de los que tenían cupones de canjes o descuentos, y comenzaron a recorrerlos. Era un gran complejo con muchos lugares vinculados, pero siempre rodeados de espacios tranquilos y de descanso. Buscaron algo de ropa, que era lo que más les urgía y entraron a un centro de belleza donde cada quien fue llevado por un lado distinto para atenderse. A Alina le lavaron y cortaron el cabello, le arreglaron las uñas y la cubrieron con tantas cremas que apenas las pudo contar, en el cuerpo, la cabeza, el rostro, las manos y los pies. Eventualmente, se preocupó del tiempo que demoraba y pidió que avisaran a Yoshio de su motivo, sin saber que la atenderían tanto. Las mujeres le respondieron que él estaba en el mismo proceso, puesto que el tratamiento que habían solicitado era completo y, en sus propias palabras, tenían mucho por hacer.

El hielo de la guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora