Prólogo

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Penelope Featherington se enamoró un lunes por la tarde y para su satisfacción, la menor de las Featherington supo el momento exacto cuando sucedió, algo de lo que estaba segura no todas las señoritas podían jactarse.
Fue días antes del comienzo oficial de la temporada, que se daba
cuando las dulces jovencitas de la alta sociedad debutaban ante la Reina, su Majestad.
Para ese entonces, Penelope tenia catorce años, y su madre, como todas las tardes desde que habían llegado de su casa en el campo, insistió con ir a pasear al Hyde Park pese al bochornoso calor que ya azotaba las calles de Londres. Lo que implicaba que además de ponerse encima de la ropa interior, las capas de telas que formaban su vestuario , las jóvenes Featherington debían soportar el insufrible corset que su madre las incitaba a usar siempre que salían de su hogar en Mayfair. A pesar de que la salida se tratase de caminar a un parque, en plena estación calurosa. Para Lady Featherington el corset era un elemento imprescindible en el vestuario de una dama. Siempre les repetía como una mantra que a su edad ella usaba uno el cual le permitía lucir una cintura del tamaño de una naranja, y que si ella había conseguido soportar aquello sin rechistar y con elegancia, entonces sus hijas lo harían de igual modo, a pesar de que estas apenas si pudieran respirar.
Demás estar decir que Penelope detestaba esas salidas al parque. Su terquedad solamente rivalizaba con la de Portia Featherington, su madre, quien debía ser la mujer más terca del planeta, de eso no tuvo lugar a dudas Penelope desde que era pequeña, la cual para entonces ya era más avispada que sus hermanas mayores logrando desligarse de varias situaciones que no deseaba soportar. Para su desgracia, los corset no eran un tema debatible en la familia Featherington , pero pretender que su hija, quién notablemente era más redondeada que sus hermanas, entrara en esos diminutos artilugios era demasiado, y se podría decir incluso que atentaba contra su vida.
Durante los insufribles trayectos, la más jóvenes de las Featherington se sofocaba continuamente, por lo cual, muchas veces quedaba varios pasos resagada de su madre y sus hermanas, tomando la mayor cantidad de bocanas de aire que pudiese antes de reanudar la marcha.
Sin embargo, esa tarde, la tarde en que Penelope supo con toda certeza que se había enamorado a pesar de su corta edad, el mundo se le dio vueltas y la tierra tembló bajo sus pies, haciéndole que por unos cuantos segundos se le olvidase como respirar. Si tan solo se hubiese tratado de una alegoría, probablemente Penelope hubiese descrito con mayor entusiasmo en su diario su primer encuentro con aquel caballero como salido de una novela; pero sin dudas, su encuentro fue, aunque muy extraordinario, totalmente carente de cualquier nota de romanticismo.
En términos simples, la joven Penelope se había desmayado cuan ancha era en medio de Hyde Park.
Segundos antes claro, debido a su endemoniada indumentaria, tuvo que detener el paso para recuperar aliento, y abanicarse.
Su madre, quien se había topado con la Sra. Carrel, una conocida de la infancia, no llegó a percatarse del retraso de su hija mientras mantenía su absorbente conversación. Tampoco había sido capaz de notar su palidez , ni la excesiva sudoración de ésta, o la forma poco elegante con que la joven caminaba. Para ser honestos, Lady Featherington apenas si le prestaba atención a su hija menor; no porque no la quisiera, sino porque en el presente más cercano, toda la familia sabía que quiénes posiblemente tuviesen mejores aspiraciones de casamiento eran las
dos hijas mayores,Prudence y Phillipa, que aunque no poseían la gracia, o la belleza necesaria - ni dicho sea de paso la inteligencia suficiente - para destacar, se adecuaban más a lo que cualquier caballero desearía de una esposa. Y Lady Featherington ya bastante agobiada se sentía tratando de llevar a cabo semejante labor, como para estar lidiando con la pequeña Penelope y sus poco interés por las normas básicas de una joven de alta cuna como lo eran ellas, ni que hablar de sus extravagantes hobbies. A pesar de ello, Lady Featherington llevaba a su progenie a todas partes. Quizá, con la esperanza de que Penelope se interesase más por las cosas que realmente importaban a una dama. Aunque, para ser francos, las dos sabían que eso era por lejos, una batalla perdida.
Penelope trató de avisar a su madre a tiempo cuando sintió como se le nublaba la vista con los primeros mareos. Gracias al cielo, la Señora Carrel había aparecido en el camino, haciendo que las damas tuviesen que detenerse. Si al menos pudiese llegar hasta donde su madre, pensó Penelope. Pero sus pasos eran inestables, poco a poco se fue desviando hasta encontrarse caminando por la senda donde, en plena temporada, se le veía atestada de carruajes y jinetes a caballo. Ella estaba levemente consciente de este hecho, pero como no se habían cruzado con nadie hasta el momento no le preocupó.
Al menos así fue, durante algunos segundos antes de sentir en primer lugar el estremecimiento bajo sus pies, seguido de lo que parecían ser unas risas a lo lejos. Penelope trató de girar rápidamente para ver de que se trataba todo ese alboroto, solo para darse cuenta lo peligrosamente rápido que se acercaban dos grandes corceles hacia ella.
Fue muy consciente cuando el corazón le dio un brinco y la respiración se le detuvo, justo antes de que el mundo girase de su órbita y, finalmente todo a su alrededor se apagase.
Para cuando despertó se vió rodeada de personas. Su madre, sus hermanas, la Sra Carrel, otra dama a quién nunca había visto, y tres jóvenes más casi de su misma edad, la observaban con cara de preocupación. Por su parte, un caballero bastante atractivo y mayor que ella, le sujetaba de la espalda dejándola semi sentada en la dura grava.
- Toma querida. - Le dijo la dama que no conocía, acercándole una vaso.

Seduciendo a Miss Featherington (fanfic)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora