Capítulo 11

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Cuando Penelope se despertó a la mañana siguiente lo primero que ocurrió fue que la invadieron los recuerdos, el corazón le comenzó a latir fuerte en el pecho y el estómago se le revolvió; porque el primer recuerdo más esclarecedor de la sucesión rápida y embarullada que le vino a la mente fue el de ella bailando con Colin.

Había visto a Colin. Había bailado con Colin. Había hablado con Colin y, para su eterna mortificación se había reído con Colin, y en cada uno de esos momentos, su traicionero corazón lo había disfrutado a pesar de su constantes intentos por permanecer lo más contrariada posible.

Desde el instante que se había vuelto y esos ojos verdes la dejaron sin respiración, ella supo que, pese a que estaba infinitamente molesta con él, iba a ser una ardua tarea que su cerebro y su corazón, se pusieran de acuerdo en que lo mejor para ella era mantenerse lejos de él; o de cualquier otro miembro de los Bridgerton.

Penelope observó el precioso vestido azul suavemente acomodado sobre una silla al otro lado de su habitación mientras Daisy, intentaba hacerle una desenfadada trenza en su rizados cabellos. Si no fuese porque se consideraba bastante prudente, hubiese atribuido la buena fortuna de la noche anterior al uso de aquél vestido. Pero, Penelope reconocía que lady Danbury había hecho bien en juzgarla como sensata, y por lo tanto, debía admitir que el haber bailado no solo con Colin, sino con el agradable conde Kilmartin, y con el enigmático señor Barrow fue solo cuestión de suerte. Ella estaba en el lugar correcto en el momento preciso. De lo contrario, se dijo muy a su pesar, hubiese pasado de dos de los tres caballeros.

- Listo, señorita Penelope. - la sonrisa de Daisy le llegó a través del espejo.

Penelope movió la cabeza para verse mejor la trenza.

- Quedó perfecta, muchas gracias Daisy.

- Es un placer, señorita. ¿Espera recibir muchas visitas hoy?- le preguntó su doncella, añadiendo con un jovial entusiasmo :- Hay unos hermosos peinados que destacarían su rostro y le aseguro dejarán embelesados a sus pretendientes.

Ella le obsequió una sonrisa triste. Si Daisy hubiese estado en el hogar Featherington desde el año anterior, sabría que Penelope nunca recibía visitas. Ni una sola vez. Pero, para la doncella que no podía ser mucho mayor que ella y estaba por primera vez en Londres, todo le parecía maravilloso. Penelope ansiaba compartir esa fascinación por la vida londiense y la alta sociedad como lo hacía su joven doncella, sin embargo, los casi tres años que llevaba desde su debut le habían enseñado que todo ese mundo de lujos y sonrisas solo era una soberbia fachada para ocultar, que en el fondo, seguían siendo unos seres humanos llenos de descontento, avaricia y temor.

Penelope se giró y tomó las manos de Daisy entre las suyas.

- Me encantaría probar uno de esos peinados. - Le dijo, con una gran sonrisa.

Su doncella que por lo general se comportaba estrictamente profesional cuando estaba su madre o su hermana presente, dio un pequeño saltito de alegría. Había descubierto que la joven no era tan diferente a las demás señoritas refinadas de su edad. La entusiasmaba el amor, los vestidos y el matrimonio tanto como a las demás, pero por encima de todo eso, Daisy sentía un enorme placer por los peinados.

Había llegado del norte, de un pueblo del que nunca había escuchado hablar Penelope. Los primeros días, Daisy era reticente a mantener un diálogo, pero eso fue cambiando a medida que Penelope se mostraba más amable con ella que el resto de las mujeres Featherington de la casa. Y ella debía confesar, se sentía agradecida de tener alguien con quién conversar fuera de su línea sanguínea, quizá por eso, y por el enorme vacío que había dejado la amistad con Eloise; alentó a su doncella para hablar con ella. Un poco egoísta de su parte, es cierto, pero las dos parecían encantadas con el acuerdo.

Seduciendo a Miss Featherington (fanfic)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora