4

90 12 2
                                    

¡Qué gracioso! Ver y escuchar como todas las personas quieren ir al cielo, pero, nadie quiere morir.

¡Qué patético! Decir que no importa cuando al llegar la privacidad de la habitación, hay voces en la cabeza repitiendo constantemente que , sí importó.

¿Quién fue el idiota que hizo tan sentimentales a los humanos? ¿Quién le dijo a ese maldito pez que saliera del agua, evolucionara y ahora como consecuencia, hiciera a las personas trabajar por un mísero pedazo de pan?

La vida a este punto ya era solo un chiste, y no, no era culpa de la vida, si no de las personas, esa disque especie avanzada que consume su cabeza en cosas tan vagas a tal grado de inventar el dinero, de hacer ver algo tan diminuto, algo grande, de hacer del amor, un negocio, un espectáculo, todo un circo. No importaba cuánto parecido o camino se haya recorrido, parece ser que las personas no pueden avanzar a algo completamente sólido.

Era raro, a tal punto, ver un patio lleno de personas con diversas realidades, conviviendo, riendo, murmurando, durmiendo, quejándose, mientras con el más mínimo de sus movimientos y objetos, estaban dañando a alguien más, como con sus zapatos, matando hormigas a su paso, o con sus aparatos electrónicos que no desconectan, desperdiciando lo poco que queda, o comiéndose el hijo de otra mamá que fue arrebatado al nacer, dentro de un bocadillo.

Estúpida, lenta, envidiosa y maldita raza humana.

Y ¿quién, en su sano juicio dejaba que algo tan perfecto, hermoso, tibio, risueño, capaz, fuerte, amable, sensible y considerado como Lee Jeno existiera en el mismo planeta, respirando el mismo aire que él? Jaemin quería respuestas, pero, aunque las buscara, no había otra respuesta justa a la que la madre de Jeno siempre le daba.

—Agradécele a su padre no haber llevado condón esa vez.

Lo veía platicar con su entrenadora en el otro lado del patio a la hora de almuerzo. Por cómo se veía su cabello y llevaba puesta la camisa del uniforme, sabía que había tomado una ducha. Intercambiaban sonrisas y el menor hacía leves reverencias ante lo que sea que su entrenadora le estuviera diciendo.

—Vas a abrirle un agujero a Jeno si sigues mirándolo así – Renjun abría su lechita de banana, mirando cómo Jaemin miraba a su otro amigo.

—Y tú vas a abrirle un agujero a-

—¡Cállate! No digas nada.

Jaemin rió ante la pronto y esperada respuesta del otro, mientras separaba todo lo que tuviera lácteos en su bandeja de comida. Necesitaban hacer firmas para que en el menú hubiese más opciones que no tuvieran nada de lácteos, o fresas, o nueces, o mejor, dejar de dar almuerzos; estaba cansado de tener que separar todo cada día. Al menos debía agradecer tener algo para comer.

De todas formas, ya estaba cerca de terminar la escuela y comenzar la universidad junto con Renjun, Jeno y-

—¡Mark!

Renjun se ahogó en su lechita cuando el grito de Jeno acercándose a la mesa que compartía con Nana, sonó de mera sorpresa, recibiendo al otro que iba con su bandeja y libros en la mano. Mark frunció los ojos debido a la luz que había en el patio, a pesar de que estaba algo nublado, quizá era por el peso de lo que llevaba. Caminando directo hacia donde ellos estaban.

—No te ahogues sin mí, Renjunnie.

—¡Idiota!

Mientras Renjun tosía en una esquina, Jeno reía, dejó un besito en la cabeza de Jaemin, antes de que este último le acercara su bandeja llena de comida. Olía bien. Aquel día le tocó entrenamiento mientras él tomaba clases de química, por lo que no pudo verlo como casi siempre hacía luego de clases.

daTUra | JaeDoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora