10

37 4 0
                                    

Los adultos eran graciosos.

Eso ya lo había aprendido Yoon Oh. Los más graciosos eran aquellos que se hacían llamar «hombres», o los que sínicamente se hacían llamar «los hombres de la casa», o «el padre de familia» tan solo por usar una corbata y tener un apellido de respeto.

Aunque, en su familia, realmente no sabía si esto era gracioso, o solo un acto de cotidiana estupidez. Estaba cansado, y eso era lo único que sabía.

No importaba qué tanto llorara, su madre no parecía escucharlo. No importaba cuánto jalara de sus caras ropas, su madre lo sentía como el viento. No importaba cuánto intentara detenerla de salir a esa puerta, aquellos hombres malos siempre eran más fuertes, siempre lo empujaron lejos.

Tuvo que detener sus intentos cuando a su corta y poco disfrutada vida, llegó alguien más pequeñito que él.

En una preciosa cuna celeste con incontables vuelitos y estrellas, velos blancos y transparentes, dos manitas como copos de nieve, hicieron que sus ojos brillaran tanto y se enfocaran más en lo que estaba en el centro de la sala.

Con sus pies descalzos, sintiendo el frío del piso bajo sus deditos, caminó hasta esa cuna.

¿Por qué mami traería una cuna? Él ya era grande para eso, ya era mucho más listo, grandote por el cereal que comía y varonil para dormir con estrellitas sobre su cabeza.

Un chillido se escuchó.

Yoon Oh se detuvo. La cuna había llorado.

Solo le faltaban tres pasitos más para ver por qué mamá había dejado una cuna a la mitad de la sala, es más ¿dónde estaba mami?

Un segundo llanto, un poco más exigente que el otro, hizo que el pequeño Yoon Oh colocara sus manitas sobre el borde de la que no era su cuna, ni su camita.

La sorpresa que se llevó cuando vio recostado a un muñequito con ojos brillantes, fijos en las estrellas que tintinaban en círculos cantándole mientras parecía querer alcanzarlas con sus manos de escarchas.

Olía rico. De alguna forma ese olor se le hacía familiar.

Olía a mami y algo mucho más dulce, suave.

Yoon Oh se soltó de la cuna cuando un tercer balbuceo se escuchó, directo de aquel muñequito que había encontrado.

¿Acaso ya era navidad?

Cuando dio ese paso hacia atrás, justo en la barra alta de la cuna que parecía sacada de uno de esos libros viejitos de cuentos que su nana Wendy le contaba, vio unas letras que reconocía de la escuela.

—C-H-E-L-E.

Era la letra de su mamá, la reconocía de una de las pinturas que la vio hacer. Y leyó de nuevo, deletreando.

—¿Leche?

Sí, eso tenía que ser.

—Mami escribió mal «leche». Mami necesita regresar a la escuela conmigo.

El muñeco ahora lo miró a él.

—¿Puedes entenderme?

Jaehyun vio cómo aquel pequeño muñeco se giró en su dirección, seguramente percibió su voz, así que la cosita en la cuna le sonrió, no tenía ningún diente.

—Estás chimuelo.

El muñequito llamado Chenle, o Leche sonrió más, cambiando su chillido o balbuceo por una risita que se contagio hasta la carita de Yoon Oh y por ese momento vio algo familiar en los ojitos de la pequeña cosita en la cuna y su corazón di un vuelco.

daTUra | JaeDoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora