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A Renjun la vida le había enseñado dos cosas, la primera: que estaba bien llorar; la segunda: que no todo el mundo merecía el llanto de otros.

Eran las tres cuarenta y siete de la madrugada, sus deberes estaban listos y no había nada pendiente que lo tuviera despierto de aquella forma, tampoco había pasado algo que lo tuviera llorando como como hacía en ese momento. Aun con la puerta de su habitación cerrada, una pequeña lámpara encendida y su cuerpo debajo de un enorme edredón, Jaemin en la otra línea, podía sentir su miedo, incluso lo imaginaba hecho bolita en su inmensa cama.

El menor no podía creer estar despierto a tal hora, pero de todas formas ya no nada nuevo. Renjun seguía teniendo la misma pesadilla desde hace cuatro noches, cuando la primera vez en pasar, fue hace una semana.

Renjun tenía que sacarlo de alguna forma, y su única forma era llamando a una de las personas en quien más confía, sorprendido de que Jaemin tomara la llamada.

—Lamento hacerte pasar por esto.

—No podía dormir de todas formas.

—Aún así pudiste no responder.

—Eso no es lo que hace un amigo.

—Gracias.

—No hay de qué.

—Espero que Jeno no lo tome a mal.

—¿Por qué habría de tomarlo mal? Primero, eres mi amigo, y por segundo, también eres su amigo y, por último, no tiene mi contraseña, nosotros no hacemos esas estupideces de supuesta pareja.

—Pensé que todas las parejas se compartía las claves.

—No en esta casa. Una vez intercambiamos teléfonos y descubrí que en el historial de Jeno no hay más que videojuegos y cosas deportivas, y uno que otro álbum que descargó.

—¿Qué descubrió él en el tuyo?

—Un fondo de pantalla de odio las fresas, álbumes, vídeos de patinaje y documentales de medicina.

Renjun rió, podía imaginarlo.

—La única clave que tenemos es la de las tarjetas de crédito, pero prefiero la de Jeno, es una black card después de todo.

—Más que suficiente.

—Más que suficiente. – rió Jaemin, alargando sus letras y agregando un canto en su pronunciación.

Renjun estaba agradecido con la persona que Jaemin era, sabía escuchar y también sabía cómo poder distraer a alguien cuando intuía que la otra persona lo necesitaba; estaba agradecido con él por hacer las dos horas que llevaban en el teléfono, un tanto más livianas para ambas partes. Aunque eso no significaba que el tema se había olvidado, ninguno de los dos lo había olvidado.

—¿Crees que alguna vez dejes de tener esa pesadilla?

No.

—¿La has podido dejar de tener tú?

No.

Jaemin tampoco. Y el silencio se lo confirmó a Renjun.

A decir verdad, sus pesadillas realmente dejaban plantado el miedo y calaban sus huesos como si estuvieran viviéndolas en carne propia. Escenarios donde cada segundo lo valía todo, donde cada momento, ruido y silencio que pasaba, lo era todo cuando alguien se convertía en nada.

El frío de esas pesadillas, el sentirse empujados al suelo, con una soga abrazándose a sus cuellos, mientras sus lágrimas perforaban el suelo bajo sus pies, lavando consigo, cualquier sonido o palabra que pudieran emitir. Podían sentir algo como hielo cubriendo sus oídos, como si quisieran ahorrarles un poco del dolor de aquel mundo a través de dormir sus sentidos, todos menos el de la vista.

daTUra | JaeDoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora