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¿Por cuántas pruebas tenía que pasar una persona para pagar todo lo que hizo en una vida pasada? Si es que alguna vez hubo una vida pasada. No se sabe, ni una ni la otra cosa, lo que es claro, es que este mundo es una mierda, sobre todo y en su mayoría, una mierda para las personas que no han dado más que sus manos a ayudar, y una sonrisa hasta al extraño más inesperado en su camino. Cuando hasta levantarse ya ha sido mucho...

El espejo le da una imagen de su cuerpo. Siempre le han dicho que tiene un cuerpo hermoso, una cinturita que muchas personas envidiaban o solo querían abrazar con miedo de que el más leve roce, lo rompiera en dos. Un cuerpo hermoso, el tipo de cuerpo que las personas aman destruir.

En sus años de vida, su piel ha conocido de todo, incluso cosas nunca imaginables, sí, hasta de las más peligrosas, pero, poco, muy pocas veces había conocido o se había encontrado con algo que la tratara con dulzura, con aprecio, como si cada poro valiera oro, como si cada tejido fuera hecho de polvo de estrella.

Qué lindo sonaba.

Tenía que ser lindo, debía ser lindo si quería ser apreciado. Los niños buenos son lindos. Los niños lindos son buenos.

Se había despertado, de nuevo, a la mitad de la medianoche, las náuseas y asco que sentía, las provocaban esas pesadillas que parecían no querer irse de su mente, pesadillas que estaban haciendo de las suyas con su mente, con su concentración, con su estabilidad durante las horas donde el resto del mundo lo miraba.

¿Cuál era la puta necedad de molestarlo en sus sueños? Justo cuando tenía que descansar, justo cuando había encontrado un modo de apagar su mente.

Porque simple y sencillamente no había sido un niño bueno.

¿Por qué no molestarlo cuando estuviera solo? ¿Por qué volverlo a buscar cuando creyó haberlo olvidado ya?

¿Por qué rayos no era un niño bueno?

Mojó por séptima vez su carita, el agua estaba fría, su cuerpo encorvado y sus respiraciones intentando recuperarse. Si esto iba a seguir, más vale buscar una forma de vivir con ello, más vale una forma de poder maquillarlo para ignorarlo, pasarlo por alto. De nuevo.

—Otra vez.

Su voz era suave, casi una resignación. Estaba volviendo a renacer de entre esas cenizas que otros quemaron por él, cenizas de su gastada alma.






Iban una hora y treinta y tres minutos tarde a la cena que habían reservado.

La forma en la que las manos, finas, largas y familiares de Jaehyun lo tomaban de su cintura, acompañado de la forma en la que él saltaba sobre su miembro. Aquellos gemidos, el vapor que crecía, el sudor que corría, los labios de Doyoung entrando en contacto con los de Jaehyun.

El menor pegó su espalda en el asiento sin soltar el agarre que tenía en la diminuta cintura de Doyoung. Sexo en el carro a la mitad de una carretera boscosa y desolada, con su novio saltando sobre su miembro, mientras se miraba majestuoso haciéndolo. Sí y siempre sí.

Cada uno podía escuchar gemir al otro. Doyoung podía escuchar cómo gemía Jaehyun por él. Jaehyun podía escuchar como Doyoung gemía por él. Ambos podían escuchar las hojas que se habían desprendido de los árboles, pasar alrededor del Mercedes-Benz de Jaehyun, podía sentir y ver el auto moviéndose con cada uno de sus propios movimientos.

Doyoung había hecho a Jaehyun detenerse dos veces, y en las dos, pararon en la misma situación, solo que ahora el mayor sí se desprendió de su cinturón sin avisar nada, obligando a Jaehyun a mirarlo para luego parar el auto en una esquina, apenas había arreglado su ropa luego de haber tenido sexo en la parte de atrás. Paró, a punto de preguntarle si está bien todo, cuando sintió el sabor a menta y mandarinas de la lengua de Doyoung, contra la suya.

daTUra | JaeDoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora