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Un día estudias lo suficiente para un examen de tu escuela.

Y al otro estás aprendiendo a cómo cubrir con maquillaje los golpes de tu pareja.

Justo a las 2:43 am, Doyoung regresaba, – con pequeños saltitos que podrían confundir a cualquiera si eran de prisa o alegría; – de la farmacia más cercana y abierta que pudo encontrar, con una bolsa de cinco frascos de maquillaje y corrector y dos paquetes de almohadillas y algodón. El alcohol ya lo tenía en casa junto a las gasas, vendas y curitas.

Todavía recordaba la mirada de la persona detrás del mostrador. La forma en la que lo miraba cubierto de su cara con dos mascarillas y la capucha de un sudadero que era tres veces más grande que él, pero, sobre todo, en cómo, directamente y sin titubear, pidió lo que pidió. La vergüenza fue total cuando la chica de la bata metió en la bolsa, un kit de maquillaje para cubrir golpes. Era como si intuyera lo que verdaderamente estaba sucediendo, y Doyoung solo lo dejó pasar, intentando no negarlo y tampoco aceptarlo. Era como si ella supiera lo que era estar de ese lado del mostrador.

¿Cómo cubrir un moretón con maquillaje?

Leía su buscador.

Tuvo que bajarle todo el volumen al computador y activar los subtítulos, pues temía despertarlo. Apenas había podido salir de la cama a la farmacia sin que él lo notara.

Ahí a la corta luz de una vieja lámpara que parecía parpadear sin parar; con su menudo cuerpo apoyado en una de las sillas de madera del comedor, un espejo con adornos rosa y del tamaño de un bolsillo, y todo lo que consiguió de la compra, puesto sobre la mesa con bastante cuidado y sigilo, suspiró.

¿En qué momento se metió en esto?

Regla número 46, nunca despertar a tu pareja. Castigo, cinco bofetadas, tres golpes y una patada.

Regla número 51, nunca decir que no, incluso cuando no se quiera. Castigo, cinco patadas, paliza completa, sexo de conciliación.

Se había quitado los zapatos, prefería caminar descalzo y tomarse de los muebles en el camino, que hacer ruido por los zapatos fingiendo que no sentía dolor alguno. Tenía el sueño ligero y en verdad, una paliza ya le bastaba. No estaba en su casa, era claro que no lo estaba, en su propio techo, el dolor podía exponerse como tal, aunque llorar no fuera a solucionarle nada; en esta, era mejor callarlo, aceptarlo y seguir.

El sonido de las ramas y las hojas conversando en el frío de la noche, detrás de aquella ventana que permanecía cerrada; la distante, plena, fría y perfecta luna mirándolo, como queriendo decirle algo, algo que él sabía era lo correcto, pero por ahora, en ese punto de su vida, no era una opción.

Como pudo regresó al comedor luego de beber algo de agua. Necesita guardar todo y apagar la computadora, tenía que regresar a la cama con él.

Sus manitas que había maquillado de los golpes, solo reflejaban la misma palidez de la noche, la misma con la que se entró ante los golpes de aquella vez, la misma con la que le limpiaba la zona como si fuera algo normal de ver, pasar, vivir. Y es que, Doyoung, maldita sea, parecía no entender que solo tenía una cosa por hacer, una sola, ser un niño bueno. Eso era todo.

Y, aun así, se las ingenió para hacer enfadar a su novio.

Había sacado una excelente toda en el examen y proyecto, pero ¿de qué le servía eso si eso no hizo feliz a su novio? Aunque él también debía entender, que no podía descuidar la escuela, incluso Doyoung mismo se había pre anticipado a esa noche, a esa paliza, guardando algo de dinero para el maquillaje, vendas y demás que debía mantener, o que debió empezar a mantener desde que sale con él. Sobre todo, hoy, que al fin le habría dicho con quién se estuvo viendo por dos semanas para terminar el proyecto de grado.

daTUra | JaeDoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora