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La diligencia llegó a valle de los arces cerca de una hora después del atardecer. El pueblo estaba desierto. Sam saltó del pescante y entró en el hotel.

—¿Dónde está todo el mundo? —le preguntó al recepcionista.

—Se han marchado del pueblo —contestó el hombre—. Los Byun van a venir mañana. La gente se imagina que van a matar a todo el que se encuentren.

Sam se apresuró a volver a la diligencia.

—No se puede bajar, madame. Todo el mundo se ha marchado porque va a haber una guerra.

—No sea absurdo —dijo la señorita Sandara—. No voy a permitir que unos cuantos criminales me obliguen a cambiar de planes.

Sam la ayudó a bajar de la diligencia. Tenía la sensación de que, si fuera necesario, ella se habría bajado de un salto. La mujer entró enseguida en el hotel y se detuvo sólo para gritar por encima del hombro:

—Tráiganme mi baúl.

Cuando Sam logró bajar de la diligencia el enorme baúl y subirlo por los escalones para meterlo en el hotel, la señorita Sandara estaba enzarzada en una discusión con el recepcionista.

—¿Qué quiere decir con que las mejores habitaciones ya están ocupadas? No esperará que duerma en la recepción.

—Lo siento, señora —contestó el recepcionista, bastante azorado—, pero ya están reservadas por una semana.

—Pues saque a alguien —dijo ella y movió la mano de manera imperiosa.

—No puedo hacerlo. Se trata de los Choi. Está toda la familia aquí.

—¿Y quiénes son esos Choi? —preguntó la señorita Sandara—. Nunca había oído hablar de ellos.

—Vienen de Texas.

—Ah, eso lo explica. En Texas no hay nadie importante —dijo y luego sonrió y abanicó los ojos de manera seductora. Sam pensó que él habría echado a la calle al gobernador mismo para darle la habitación a la señorita Sandara, pero el recepcionista del hotel era más testarudo.

Después de haber llegado a la conclusión de que al parecer sus encantos no iban a funcionar, la señorita Sandara recurrió al autoritarismo y dijo:

—Si no va a sacar a nadie, al menos deme dos habitaciones. No es posible que espere que duerma en la misma habitación en que me baño. Y debe poner a mi disposición la bañera más grande que pueda encontrar, llena de agua caliente, tan pronto como sea posible. Ahora iré a mi habitación. Espero la cena tan pronto haya terminado de bañarme.

La señorita Sandara subió las escaleras dando grandes zancadas, con el donaire de una princesa.

—Deberíamos mandarla a ella a enfrentarse con los Byun —dijo el recepcionista y se secó el sudor de la frente—. Así ellos no tendrían ninguna oportunidad.


* * *


Los Byun por fin se estaban acercando.

Chan experimentó una sensación de alivio. Esa amenaza llevaba mucho tiempo colgando sobre el pueblo como una especie de maldición. Había llegado la hora de aclarar el asunto de una vez por todas para que todo el mundo pudiera seguir adelante con su vida, incluida su familia. Ya estaban todos a punto de pelearse entre ellos.

JongHyun había jurado que no regresaría a Colorado con Siwon, Minho había amenazado con dispararle y Jun rara vez salía del restaurante.

El único que conservaba la calma era DongWook. Pero DongWook nunca se alteraba. Chan suponía que por esa razón todos lo escuchaban, a pesar de que no escuchaban a nadie más. Era bueno que existieran DongWook y Jinki. Sin ellos la familia no habría sobrevivido.

Baekhyun (Libro 4 - serie 7 novios)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora