1-Dra. Antonopoulos, simples mortales

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Soy una chica común, en una universidad común, sobre explotada para poder obtener mi título de abogada, algo bastante común también. Lo que no es común y menos en mí, es llegar tarde, porque soy el tipo de chica que se levanta a la segunda alarma, porque poner más de tres me parece excesivo y menos de dos es una utopía, pero llegar hoy tarde a casi mitad de semestre se debe a no solo haberme quedado dormida, sino al cansancio de haber hecho turnos dobles todo el fin de semana, gracias a Dios la profesora Cole es un amor, pero aunque es un amor, hoy hay examen y sus exámenes son excesivamente largos.

   Así que sin más remedio corro sacándome el casco mientras sujeto bien mi mochila en el hombro derecho. Correr es mi deporte menos favorito, siento que se me va a salir un pulmón por la boca. Cruzo el campus, dando un salto por encima de un arbusto y cortando camino para llegar lo más rápido posible. Corro como si mi vida dependiera de ello, y lo hace, mi vida académica depende de ello, la universidad ya es lo bastante cara como para que no rinda exámenes y sé que suena exagerado, pero para alguien como yo, de clase media baja al todo, sin una beca y con un promedio por mantener, claro que es de vida o muerte. Quiero presentar mi solicitud nuevamente para al menos tratar de acceder a una media beca y si no rindo, no puedo presentar la solicitud.

   Voy doblando por el pasillo mientras grito que se corran y todos se apartan, ya queda menos, salto el último cantero con que tiene el aspersor de agua abierto y cierro los ojos cuando paso por un breve instante, entonces ya no estoy parada, sino en el suelo encima de alguien. Abro los ojos y la veo debajo de mi.

   ―¡PUTA MADRE! —digo en español― ¿No ves por dónde vas? ¡Imbécil! ―Lo primero que había aprendido de mi padre en español, fueron las malas palabras.

   ―Mocosa, tú me chocaste a mí. ¿A dónde vas tan apurada? ¡¿Cómo te llamas?!

   ―No tengo tiempo para esto —reparo en su mirada felina que hace juego con el pasto debajo de ella― tengo que rendir un examen, debo irme, ya voy tarde, ahora más tarde por tu culpa ―Me quito de encima de ella―. Fíjate por donde vas la próxima vez, tarada.

   Entro al salón sin aire, diviso a Cris y tratando de respirar me siento a su lado, en la tercer fila cerca de la pizarra.

   ―Tarde pelinegra ¿Qué haces mojada?

   ―Larga historia, choqué con una tarada al venir corriendo, para llegar a tiempo.

   ―¿Tarada? ¿Qué significa?

   ―La insulte en español. Espero que no lo haya entendido, también le dije imbécil.

   ―La señora Cole todavía no llega, estás a tiempo, debe ser tu día de suerte.

   Todos esperábamos a la profesora Cole entrar, ella nunca llega tarde, siempre es compasiva y bastante indulgente con todos. Me recuerda a la esposa de santa, tiene la misma contextura y carisma, hasta a veces nos trae galletas que hornea ella misma. El salón termina de llenarse y miro mi muñeca para ver la hora, dándome cuenta de que mi reloj de pulsera no está, lo debo haber ajustado mal esta mañana cuando me lo puse, era de mi padre, si hay algo más importante que este examen, es ese reloj. Me levanto tomando mis cosas para ir a buscarlo, estoy segura de habermelo puesto esta mañana, lo debo haber perdido cuando choque con ella.

   ―Cristopher perdí mi reloj –él abre los ojos grandes, sabe que es mi bien más preciado― lo sé, debo ir a buscarlo, sabés que era de mi padre, si viene la señora Cole, hablaré con ella, seguro entenderá, pero no puedo perderlo.

   ―Ve Scar, yo te cubro.

   No llego muy lejos, al ir bajando las escaleras, la tarada con la que choque esta mañana, entra al salón con su mirada puesta en mí y un escalofrió me recorre al momento que ladea su cabeza, acto seguido deja su maletín a un costado del escritorio y se dispone a hablarme solo a mí, aún lleva un poco de pasto en su camisa.

La favorita de la profesoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora