20-De vuelta a casa

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El 4to día llega y asistimos al cierre, ya no me duele tanto el cuerpo por la gripe, sino más bien por toda la maratón sexual que tuvimos con Atenea y solo fueron casi dos días, si los Olímpicos son insaciables como ella ahora entiendo las historias griegas de tantos semidioses.

   Llego a casa y pongo todo de mí, para poder mejorarme lo más rápido posible. Pese a que discutí con Atenea ella ganó, Cris trajo mi moto y yo me vine en el auto con ella, ahora veo porque es tan buena abogada.

   Se quiso quedar conmigo pero no quiero que sepa lo del hospital, no porque me de vergüenza, la gente no necesita saber todo lo bueno que hago y no quiero que me ponga en un pedestal, para darme de culo contra el suelo si me caigo desde ese pedestal algún día.

  Hago la videollamada y me alarma ver que Luna no se ve nada bien, ésto me ha dejado mucho más que preocupada e intranquila, tanto que no me voy en moto a la universidad, sino que tomo el tedioso autobús para no pasar frío y así poder recuperarme más rápido y poder ir a verla. Claro que tomo el autobús las noches que no me quedo a dormir con la diosa griega y me lleva a la uni, dejándome a una distancia prudencial para que no nos vean juntas.

   Me toma casi dos semanas mejorarme por completo y poder ir a ver a los niños luego de dos sábados.  Las enfermeras me dieron la noticia de que el cáncer de Luna, tomó la médula espinal, pero la doctora Freiser, una de las mejores neurocirujanas se va a encargar de su caso.

   Mientras tanto, mi relación con Atenea va viento en popa, hace más de un mes que estamos saliendo y hace una semana dejó de ser oficialmente mi profesora.

   —Hoy podemos llegar tarde —dice abrazándome por atrás besándome el cuello—. Me encanta como hueles.

   —Todavía no me pongo perfume.

   —Me encanta como hueles tú. Nos quedemos, la vamos a pasar mejor.

   —No, no podemos, dijiste que teníamos que mantener esto en bajo perfil y si llegamos ambas tarde, vamos a poner reflectores en nosotras. Déjame vestir —trato de apartarme. Me da una nalgada y se muerde el labio, tirándose en mi cama para ver cómo me visto.

   —Me encanta como te queda esa blusa y el pantalón —le doy un beso—. Me gustaría que conozcas a alguien importante para mí ¿Crees estar lista?

   —¿Tus padres? —Trago con dificultad— ¡Son tus padres!

   —No, es alguien que me acogió cuando ellos me echaron de casa, al ser una pervertida lesbiana impura y no he vuelto a verlos desde ese día —sus ojos reflejaron el dolor de una herida. Aún hay cosas que no sé de ella.

   —Iré si tú estás lista, hace tiempo que estámos juntas, si estás lista para que conozca a esa persona, yo estoy lista ¿Tú estás lista para conocer a mis padres?

   —Tengo miedo, solo los conozco por video llamada.

   —Lo sé pero no tienes porqué temer —la tomo de la mano, parándola frente a mí, acunando su rostro en mis manos—. Ellos ven que me haces bien y viendo mi felicidad es más que suficiente para ellos y para mí —me besa.

   —Te debe dar mucha gracia ver a la abogada feroz temiéndole a tus padres.

   —No voy a negar que quizás me parece un poco, quizás bastante, placentero —Muerde su labio.

   —Lleguemos tarde o no vamos a la oficina mejor —comienza a desabotonar subir mi blusa y apretar mi trasero contra su cuerpo.

   —Amor... —sabe que mi voluntad es débil, cuando se trata de ella— no, espera, espera —me alejo de ella un poco agitada abrochando mi pantalón, si que es rápida para desvestirme—. Tenemos mucho trabajo y sabes que necesitamos adelantar.

   —Agua fiestas, sabes que de todas maneras no vas a durar mucho con la ropa puesta teniendome cerca.

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Un mes después

   Luna sigue sin mejorar y cada vez visito más el hospital, en los últimos meses es a quien más me he acercado y quién más se ha ganado mi cariño, la vida es tan injusta, son solo niños.

   Atenea también a estado ocupada este último mes y con suerte nos vemos el fin de semana y algunos días en la semana, aunque la noto un poco distante y eso me preocupa. Pero no es mi única preocupación, me extendieron por una prórroga de la deuda que tengo con la universidad y aunque era mi última opción, venderé mi moto.

   Llego a universidad temprano para ir a la biblioteca y veo a Noah hablando con Atenea apartados y casi ni se ven en realidad, algo que me sorprende, ellos se conocen por mí, pero no sabía que se hablaban, hasta llegué a pensar que a ella no le caía bien. Noah entra por una puerta lateral y ella se marcha con evidente molestía en su rostro.

   —Hola desconocido ¿Cómo estas?

   —¡Oh! Scar, bien y ¿Tú? —dice un poco nervioso.

   —Bien recién llego.

   —Yo igual.

   —¿Tú también?

   —Sí, vengo del estacionamiento —porque ocultar que se habla con Atenea.

   —Hola chicos —interrumpe Cris y Alice, está última me da un abrazo— ¿Vamos a tomar algo? —Toma mi brazo.

   —Yo los dejo tengo la próxima clase en 20 min, pero diviertanse —Noah se va con evidente molestía «¿Qué has hablado con Atenea?».

   —Scar los chicos de la fraternidad te extrañan, ¿te parece juntarnos este sábado? Alice también estás invitada por supuesto.

   —Genial —dice ella, mirándome con una amplía sonrisa.

   —Eh si claro —sigo mirando a Noah hasta que lo pierdo de vista—, 
después de las 8 p.m. estoy libre. Por cierto venderé mi moto, así que si saben de alguien que quiera comprarla me avisan, no soy muy popular o sociable y seguro se me dificulta venderla por mis propios medio —antes de que preguntaran, interrumpo—. Me cansé de ella y quiero un auto —una gran mentira, ya que lo que la moto me da es libertad, libertad de sentir que vuelo, de poder meterme por cualquier lado y llegar más rápido. Pero es venderla o atrasarme en el alquiler 3 meses y necesito el dinero rápido.

   —Es por lo de la otra vez ¿Verdad? —se acerca Alice susurrandome al oído—. Puedo prestarte ese dinero.

   —No podría devolvertelo entero, aparte la amistad y los negocios, prefiero mantenerlos separados. Eventualmente me compraré una moto, de nuevo.

   —Pero...

   —Vamos —la tomo de la mano y Atenea entra en ese momento a la cafetería viendo cómo la tengo agarrada, levantando una ceja.

   —Hola Dra. Antonopoulos —digo nerviosa.

   —Hola Jensen y —vuelve la vista a las manos todavía juntas que por los nervios no solté— Benner.

   —Hola, vamos Scar —está vez Alice me toma fuerte de la mano y avanza conmigo así, hasta la fila de la cafetería.

   Miro hacía atrás a Atenea y si antes estaba de un humor de perros, ahora un aura oscura desprende de ella y todo lo que puede pensar es: Ahí te voy San Pedro.



La favorita de la profesoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora