A HAPPY CHILDHOOD

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¡Mamá! ¡Norman y Ray dicen que los dinosaurios no existen! —una pequeña versión mía estaba casi llorando por lo que sus hermanos le habían dicho.

Había leído en un libro que aquellos fantásticos animales eran de todos tamaños y formas, las ilustraciones me habían dejado impactada. Me entró una idea increíble, quería cumplirlo tanto como mi deseo de montar una bella jirafa: quería subirme en un dinosaurio.

No importaba cuál, fuera de los que volaban o de los terrestres con enormes cuellos, quería subirme en uno. Me encantaba verlos en las páginas de aquel libro, pero al contarle a Norman, Ray me contestó que ya no existían, que estaban muertos, o que probablemente sólo era un libro de fantasía. Norman le corrigió, explicando que sí habían existido, puesto que varios libros demostraban las evidencias de eso, pero que ahora estaban extintos.

Eso no podía ser cierto, ¿por qué esos animales tan fascinantes morirían? Eran suficientemente grandes para sobrevivir al "mereotito" o como le haya dicho Norman.

—Emma es tonta, los dinosaurios no existen.

—Sí existieron, Ray.

—¡Están vivos!

—Niños, niños, calma, no hay que discutir por ésto —y nuestra dulce madre, como siempre, nos tranquilizaba y aclaraba toda la situación.

Aquel día terminó dándole la razón a Norman, también explicó que habían ciertos "descendientes" de ellos.

Fue una plática bastante agradable, pues me aclaró muchas dudas. Al final sólo nos dijo que si teníamos otras dudas respecto a los dinosaurios, podíamos leer los libros que hablaban sobre ellos.

Madre siempre fue así, amable y comprensiva con nosotros. En ese entonces parecía una verdadera madre para todos los niños del orfanato, una mujer tan linda y cariñosa con cada uno de sus pequeños hijos.

Y aún cuando la realidad era otra, ella siempre salía con sus pequeños mostrando una sonrisa.

Realmente me preguntaba cómo era eso posible, madre nunca mostraba tristeza o algo similar después de dejar a sus hijos morir a manos de los demonios. ¿Tan fría era ella?

Y aún así... Nos seguía tratando como sus verdaderos hijos, con un amor tan grande. ¿Era posible que ese amor fuera falso?

—Qué lugar tan... Desagradable, ¿no es así, Emma? —detrás de mí estaba esa mujer de hierro, cuyo corazón nunca demostraba tristeza o enojo. O al menos nunca mostraba esos sentimientos cuando estábamos en el orfanato. —Peter sí que te odia.

Sus tacones resonaban mientras daba pasos pequeños para analizar aquel lugar oscuro y lleno de dolor. En un momento se detuvo, y escuché un suspiro salir de ella. Quizá fue por ver a sus pequeños niños en un horrible estado.

No quise voltear, no tenía ni fuerzas ni ánimos para hacerlo. Tenía sentimientos encontrados por escuchar a mamá cerca de mí, hubo ciertos momentos en los que creía que le darían algún castigo por no evitar que los niños escaparan.

Pero aquí estaba ella, en carne y hueso, esperando alguna palabra mía.

—Crecieron bastante en este tiempo, en especial tú. ¿El exterior fue tan maravilloso cómo pensaste? —ahora ella se escuchaba más cerca de mí.

Hubo un silencio en la habitación por un momento, el cual fue roto por sus zapatos. Se acercó a mí, vi su sombra en la pared que estaba al frente de mí. Dio otro suspiro para luego sentarse en el suelo frío, después de eso sentí su cálida mano tomar la mía y acomodarme sobre su regazo.

LA NUEVA MINERVADonde viven las historias. Descúbrelo ahora