CAPITULO VEINTIUNO

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Ese día había salido pronto del trabajo. Más pronto incluso que Mingi. Ese día le tocaba a él esperarle. Se sentó en el césped, en su sitio habitual. Miró los pajaritos en el árbol más cercano. Miró los patitos nadando.

Uno de ellos se le acercó con aquella caminata típica de los patos que le parecía adorable. La escena que estaba viviendo se le hizo familiar, y recordó la vez en la que vio un pato picoteando a Mingi. Rió un poco por la imagen mental. Aunque sólo esperaba que el pato no se pusiera a picotearle a él.

Buscó en su pequeño bolsito los restos de su bocata de por la mañana. Darle un trocito de pan no estaría mal. El problema fue cuando se empezaron a acercar más en busca de comida. Por el momento estaba bien, el problema sería cuando su comida se agotara y los animales vieran que no les daban de comer. Le iban a picotear.

El menor, un poco apurado, llegó al lugar y se encontró con eso. El bicolor estaba rodeado de patitos a los cuales estaba alimentando. Le encantaban los patos y le encantaba él. El presenciar eso hizo que quisiera llorar.

Se acercó y se sentó a su lado, revolviendo su pelo cuando volteó a mirarle para que no notara lo rojo que estaba. Odiaba que tocaran su pelo, o al menos hasta ahora, porque cuando Mingi lo hizo le encantó.

–Perdón por la tardanza hyung, hoy tuve que salir más tarde.–

–No te preocupes. No fue una molestia tener que esperarte.– le sonrió

–¿Y todos estos patos?–

–Ese de allí se me ha acercado porque sí, y como me puse a darle pan vinieron todos los demás.– se quedó callado disfrutando de la escena una vez más

Se quedaron en silencio mientras el mayor terminaba de alimentar a los animales. No era un silencio incómodo. Sólo ellos dos allí tranquilos. Ellos dos y los patitos hambrientos por supuesto.

El pelinegro miró de perfil a su contrario. Amaba demasiado como se veía de perfil. Podría estar horas y horas admirando aquella imagen. Su pelo cayendo por su frente, sus pestañas moviéndose al pestañear, su naricilla perfectamente perfilada, sus finos y bonitos labios, su tez pálida. Como el día anterior, Hongjoong se giró a verle cuando notó su mirada. Y seguidamente una sonrisa dulce se formó en su cara. Quería besarle de nuevo. ¿Por qué se cortaba? Solo lo diría y ya, sin miedo.

–Tengo muchas ganas de besarte, Hongjoong hyung.–

–¿Qué?– lo había escuchado bien, pero no se lo creía

–Quiero besarte ahora.– el bajito se quedó congelado en el sitio

Después de unos segundos de procesar lo que había escuchado, se puso rojo como un tomate. ¿Iba a hacerlo? San se lo había dicho. Tenía que lanzarse y el menor ya se lo había dicho. Le estaba pidiendo permiso para hacerlo. Para acortar de una vez la distancia y fundirse en un beso.

Suspiró. Se acercó rápidamente, posando sus labios suavemente en un pico. Dio otro y luego otro, asegurándose de que el otro de verdad quería eso y no se había arrepentido. Y dio paso a un beso más largo. Sus labios encajaron y sus brazos se enrollaron en el cuello impropio. Movía sus belfos suavemente, a un ritmo lento que los dos pudieran seguir. Disfrutó del momento, de cómo todo lo demás desapareció, de lo suaves que estaban sus labios, de cómo el menor suspiraba en el beso, de las grandes manos bajando por su cintura.

La distancia se hizo notable de nuevo y tuvieron tiempo para mirarse. Aquellos ojos brillantes y llenos de vida e ilusiones. Llenos de estrellitas. Sí, se sentía muy afortunado.

…ᘛ⁐̤ᕐᐷ

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