Nindaranna, los Jardines de Venus

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Se les asignaron habitaciones dentro del refugio a la comitiva de Céfiro y a las recién llegadas Princesas de Urano y Neptuno. Estaban algo apretados y un poco incómodos, pues el refugio no estaba diseñado para albergar invitados, únicamente a la población que había sobrevivido al ataque de Pallasvelda.

Minako y Shun fueron a prepararse para salir cuanto antes a Nindaranna. La rubia estaba emocionada, pero impaciente y un poco nerviosa; no tenía idea de qué encontrarían ahí, o en qué condiciones se hallaba lo que había sido su hogar. De niña había pasado horas caminando entre la vegetación y admirando los hermosos ejemplares de flores que los Jardines de Venus ofrecían. Aquel había sido su lugar especial, su santuario, su refugio del mundo exterior y de sus responsabilidades como Princesa Protectora, que le fueron impuestas desde su infancia temprana. Le carcomía pensar cómo había terminado su casa después de tremendo ataque; la batalla se había desencadenado muy lejos de sus dominios, y cabía la posibilidad de que Pallas —en su obsesión— no hubiera explorado los terrenos del Reino Lunar en su totalidad; si Nindaranna estaba descuidado, seguro sería por falta de mantenimiento y no por otra cosa. Pero no podía confirmar nada, tendría que esperar. No obstante, a pesar de la esperanza de ver su morada intacta, su corazón se oprimía, pues sin importar las condiciones de aquel edén, sería su fin. Si estaba invadido por Pallasites, podía darlo por perdido; si no, el paraíso natural viviría sólo para ser destruido a manos del Reactor Estelar de Defensa de Hyoga de Cisne. De cualquier modo, su hogar estaba acabado.

Venus suspiró, arreglando los últimos detalles de su atuendo y se dirigió a la habitación de su Guardián.

Shun estaba acomodando su capa, estaba casi listo para partir cuando su Princesa entró en la recámara. Entre ellos no tocaban a la puerta, no había nada que ocultar, y si deseaban un momento de soledad por cualquier razón, muy seguramente el otro lo percibiría y no molestaría.

-¿Lista? Casi termino.- declaró el peliverde al ver a su Princesa ingresar en la habitación.

-Sin prisa, terminé antes.- agregó Venus, sentándose sobre la cama.

-¿Ansiosa?- la rubia asintió con una media sonrisa en los labios.

Shun le sonrió de vuelta. Tenía buenos recuerdos del Principado de Venus, su conexión con el lugar no estaba ligada a la nostalgia de la niñez, pero sí a los buenos tiempos del Silver Millennium con Minako. Quizá su añoranza por Nindaranna se debía más a la conexión con su Princesa que a sus recuerdos y vivencias en sí.

El cuarto se quedó en silencio unos momentos, nada incómodo, sólo reflexivo.

Minako no deseaba seguir pensando en el regreso a su casa, y decidió iniciar un nuevo tema de conversación con Virgo.

-¿Sabes?- comenzó la Princesa de Venus, llamando la atención del peliverde y haciéndolo voltear. -Creo que Hyoga debería venir, para que le dé el visto bueno al lugar. Después de todo, el colocará el Reactor, ¿no?- concluyó la rubia risueña, tratando de contener una carcajada la ver la expresión de su Guardián.

-¡Mina, no! No te atrevas.- espetó Shun, visiblemente molesto; su rostro, antes mostrando empatía y apoyo hacia su Princesa, cambió radicalmente, por el osado comentario y el hecho de que Venus estaba por largarse a reír.

Por un momento el pánico lo invadió, por supuesto que creía capaz a la chica de invitar al Cisne a su misión de reconocimiento. ¿Por qué no le entraba en la cabeza que no quería seguir congeniando con el rubio?

Aunque, por otro lado... pasar un rato a solas con él...

Quizás...

Minako no aguantó más y finalmente se desternilló de risa. -¡Claro que no, tonto!- exclamó, cuando pudo reunir el aliento suficiente para hablar. -¡Era una broma!- se levantó de la cama y caminó en dirección al peliverde, sosteniéndole por los hombros para reconfortarlo. -¿Estás listo? El vehículo nos espera.

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