Quimera

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Los días siguientes pasaron lentamente para ambos bandos; Serenity no podía esperar a saber si su plan resultaría, deseaba el renacimiento de su pueblo con todo su corazón. Por otro lado, Pallas no veía la hora de terminar con el Silver Millennium de una vez por todas y hacerse con el Cuadrante de Artemisa cuanto antes.

Contrario a lo que Venus pensaba —y esperaba—, Shun y Hyoga apenas y cruzaron palabra durante esos días. Aquello se debía a las medidas de seguridad que se habían establecido dentro del refugio del Reino Lunar. Aunque el refugio no formaba parte del área que terminaría en completa destrucción tras la explosión del Reactor, la monarca prefirió pecar de precavida y decretó que todos los habitantes permanecieran dentro de las instalaciones hasta que el peligro pasara. La norma inicial establecía que no se saliera veinticuatro horas antes de la hora cero, pero esta se cambió y las salidas fueron restringidas cuanto antes a los pobladores comunes. Únicamente las Princesas Protectoras, sus Guardianes y Hyoga podían salir del establecimiento. Aquello provocó que estos últimos anduvieran de un lado a otro asegurándose de que a los habitantes no les faltara nada antes de la hora cero, y de ser así, salir a conseguirlo cuanto antes.

No obstante, el ajetreo previo al encuentro final no era lo único que había mantenido a ambos muchachos alejados el uno del otro. Shun no podía dejar de pensar en su alter ego del Seijō Jigen —así como en los hijos de este— , y todas las razones por las que dejarse amar por Hyoga de Cisne eran o no una relación extramarital o deshonrosa. Sin embargo, por más que intentaba evitarlo sutilmente, poniendo de pretexto las innumerables tareas que ambos tenían, inevitablemente se lo llegaba a topar, y en más de una ocasión se les encomendó trabajar juntos. Aquellas reuniones impromptu, repletas de sonrisas y charla amena y banal, hacían que el corazón de Virgo diera un vuelco, y durante esos fugaces momentos, el Guardián de Venus se olvidaba de Andrómeda y de todos los líos que las relaciones inter-dimensionales implicaban. Cada vez que Hyoga le sonreía, lo llamaba por su nombre o lo rozaba, el peliverde se sentía en las nubes, como sabía que jamás se había sentido, pero que de algún modo le era una sensación familiar.

¿Cómo algo que se sentía tan especial podía ser malo?

Si Andrómeda estuviera presente, si atestiguara lo que su marido había hecho ya que estaba de paso por el Kosmos Selíni, ¿lo aprobaría? ¿Lo entendería? ¿Enviaría a su esposo y él al demonio?

Cuando el trabajo estaba hecho, y Virgo volvía a estar solo con sus pensamientos, la culpa regresaba a él, entonces comenzaba a darle mil vueltas al asunto de nuevo.

¿Hyoga se sentía del mismo modo?

Si lo hacía, el Cisne lo aparentaba muy bien, pues no mostraba ninguna señal de remordimiento o siquiera de haber reflexionado algo. Quizás el ruso entendía mejor que nadie el esencialismo a través de los Niveles dimensionales —algo muy poco probable—, o tal vez no entendía nada en absoluto y sólo dejaba que sus impulsos naturales lo guiaran.

Como fuera, todo terminaría cuando Pallas pereciera, y aún si la Conquistadora de Mundos no moría, Hyoga ya no tendría nada más que hacer. De un modo u otro, todo ese dilema era temporal.




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El día finalmente había llegado, y aunque ninguno iría realmente al campo de batalla, todos estaban absolutamente nerviosos.

Las puertas del refugio se sellaron más meticulosamente de lo usual, los habitantes del Reino Lunar estaban en sus respectivas habitaciones, aguardando expectantes la hora cero; ahí adentro no corrían peligro, pero la tensión del ambiente hacía parecer lo contrario.

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