Federico Romano
El primer golpe entra directamente en su mentón, el segundo en su mejilla.
–No sabes hace cuanto que quiero hacer eso. –Mi sonrisa es abierta y brillante.
El sonido del hueso rompiéndose no es exactamente igual al de las películas, pero es bastante similar.
Quito mi camisa Armani antes de que esto se ponga complicado por una simple razón, la sangre es muy difícil de sacar y mi ama de llaves siempre termina murmurando palabras muy enojadas en italiano cuando no puede quitar las manchas.
Elvira es rezongona, fría y malhumorada, pero se hace querer, especialmente cuando hace pan a la mañana.
No hay nada como pan caliente.
La camisa de Carlo Bianchi si está manchada con sangre, mojada con transpiración y pánico, ya no luce como el Carlo triunfador que yo creé, ahora estamos viendo su verdadero rostro, obviamente es menos cautivador y muy mundano.
–Lo siento, Federico, por favor. –suplica.
Carlo es un súbdito que trabajaba para mí hace muchos años.
Si, dije trabajaba, ya no lo hace más, claramente. El idiota creyó que podía robar el cargo que llega una vez por mes al puerto. Un contenedor lleno de armas.
A mí, al capo de Nueva York, el infame Federico Romano, hijo de Carlo Cu-cu Romano.
¿Por qué cu-cu? Porque estaba absolutamente loco.
Pero volvamos a lo importante y mi padre no es importante ahora, especialmente porque está enterrado a dos metros bajo tierra.
Carlo decidió que era mejor vender mi mercadería a los payasos del Bronx y ahora tiene que lidiar con las ramificaciones.
Toda acción tiene una consecuencia, toda consecuencia viene con un miembro menos, los brazos son fáciles de sacar.
–Oh, ¿ahora lo sientes? –Miro a mi mano derecha, Fausto, que está de brazos cruzados con cara de aburrido– Fausto, ¿Escuchaste?
–Escuché, capo.
–¿Crees que debería perdonarlo?
–No.
Vuelvo al maltrecho Carlo, su ojo derecho ya no abre, su pómulo está hinchado y de su ceja chorrea sangre como si esto fuese una película de Tarantino.
–¿De verdad creíste que podías robar y salir victorioso, Carlo?
–¡No! –Llora, las gotas se mezclan con la sangre en su rostro.
Está atado en la silla que todos conocen muy bien, la vieja silla de Federico Romano, la silla que los hace hablar a todos, simple, antigua y de madera negra.
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Malas Intenciones
RomanceElena Bianchi sabe que viene de una familia Ítalo-americana con orígenes dudosos, conoce perfectamente los movimientos de la mafia en Nueva York, gracias a su padre y a su tío, pero ella hizo siempre todo lo posible para alejarse de su círculo famil...