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Elena


El problema de dormir desnuda es sentir las sábanas suaves acariciando mi piel.

Eso es algo que me despierta, en el sentido más vibrante de la palabra.

Muevo mis piernas, sintiendo la textura fría bajo las plantas de mis pies, cuando una mano rodea mi cintura y bruscamente me arrastra hacia atrás.

¡Mierda!

—¡Federico! —grito, malhumorada.

—¿Mmm? —devuelve el importándole poco mi tono alarmante.

Miro por sobre mi hombro, Federico duerme plácidamente, su cabello desarmado, su cachete aplastado contra la almohada.

Está realmente relajado.

—Sal de mi cama.

Con eso abre esos ojos negros que parecen piscinas oscuras e infinitas y se enfoca en mi con cierto tinte depredador.

—Nuestra cama, yo duermo aquí a partir de hoy.

Mierda yo sabía que esto iba a pasar y como una imbécil le ofrecí ocupar este territorio también.

—No, necesito mi espacio.

—No —dice él, sujetando mi estómago fuertemente—, necesitas acostumbrarte a mí, eso es lo que necesitas.

Su mano comienza a deslizarse hacia abajo y sostengo su muñeca con fuerza.

—No.

—Creo que establecimos ayer que —burla la fuerza de mi mano y traslada su mano a mi coño sin dudarlo.

¡Mierda!

Un gemido sale de mi cuando dos dedos entran rápido y profundo.

No vale.

Sabe mi debilidad, mi secreto más guardado y ahora se abusa de ello.

Literalmente.

Su boca besa mi cuello, mientras su mano entra y sale de mí.

—Espero que entiendas, bella Elena, que resistirte es energía derrochada, especialmente cuando tu cuerpo canta cada vez que lo toco.

—Cualquiera puede perderse en la lujuria —devuelvo ahogando los gritos que quieren salir de mí.

Federico se ríe y aleja todo el pelo de mi cuello para lamer animalmente esa zona.

Dios.

—No cualquiera consigue esto que tenemos, admítelo, anoche comprobaste que estamos hechos el uno para el otro —empuja su cadera, refregando su miembro duro en mi trasero.

Muerdo mis labios para resistir ese gemido.

Sus dedos se apresuran y con la palma de su mano incentiva mi clítoris haciendo que este cada vez más cerca y más cerca.

Su lengua recorre mi cuello, mi oreja y mi barbilla, haciendo que corra frío por mi cuerpo.

Haciendo que pierda el poco control que tenía.

Entonces me atraviesa.

—Mierda, siente como esas paredes se aferran a mis dedos, si, dámelo, Elena.

Yo forcejeo un poco, intentando resistirme, pero su mano libre me inmoviliza, dejándome atrapada entre sus brazos tatuados.

—¡¡¡AH!!! —grito cuando el orgasmo me rompe al medio.

Malas IntencionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora