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Federico.


Tengo una habilidad para el dramatismo, viene con el paquete de ser capo, supongo.

Aclarar que yo soy el que la tiene más grande en cualquier habitación hace que mi sangre se oxigene, lo juro, amo esa maldita sensación.

Camino por mi pent-house, escuchando los tacos de Elena seguirme con inseguridad. Está bien que se sienta así, al menos eso dice que es una persona sensata, que conoce lo que es el peligro y sabe respetarlo.

Yo soy el peligro, por si no lo has notado.

Camino hasta el aparador de la sala, mis botellas preferidas del mejor alcohol están exhibidas como tesoros. Sirvo dos vasos, solo un dedo para mí, dos dedos para ella.

Elena espera por mi comando al lado del sillón y lo señalo solo una vez. Por supuesto que comprende lo que estoy diciendo y se sienta inmediatamente.

—Toma —digo dejando el vaso en su mano.

—No me gusta el whiskey.

Me siento en el sillón contrario a ella, estamos frente a frente, en el medio de los dos, una pequeña y baja mesa de café decorada con libros de diseño que nunca leí ni voy a leer en mi puta vida.

—Créeme, necesitas ese trago. señalo su vaso mientras le doy un sorbo al mío.

Cuando la vi entrar a mi restaurante hace tan solo una hora me consideré un hombre afortunado. Estaba claro que Elena no era una mujer sumisa y pequeña, no, ella era la típica mujer indomable, firme, fiera.

Me gustan los de ese tipo, me da un reto, algo difícil de alcanzar.

Su cabello es castaño, aunque las puntas son de un color más claro, sus ojos del color más turquesa que vi alguna vez en mi vida. Ahora están pesadamente maquillados, con una sombra negra y un delineador del mismo color. Me pregunto cómo se verá sin toda esa mierda en la cara.

Sin razonarlo mucho, traga todo el contenido del vaso y lo termina antes que yo.

Sonrío al verla tan nerviosa.

—¿Vinimos a hacer un concurso de miradas o me dirás algo informativo en algún momento?

—Algo en tu pregunta me da un contexto de tiempo escaso, como si no tuvieras tiempo suficiente y que tienes que ir a otro lugar luego.

Ella apoya el vaso mojado sobre uno de los libros de Tom Ford, lo hace con saña, dejando que el agua arruine la edición.

Me importa una mierda.

—Eso es exactamente lo que hice, dime qué demonios hizo mi padre así puedo resolverlo como hago con cada mierda que hace.

—Sí, pero verás —digo cruzando mi pierna, mi tobillo descansa sobre mi rodilla— Tú no vas a volver a ningún lado, Elena, este es tu nuevo hogar y con nuevo, me refiero a permanente.

Mis ojos se oscurecen aún más con la última parte, estoy desafiándola, busco apretar todos sus botones para ver cuál es el que la hace ponerse de rodillas.

—Disculpa, ¿en qué año estamos?

Sonrío, entendiendo su sarcasmo, pero le doy el gusto de sentirse poderosa por un segundo.

—En el 2022 —respondo con seriedad.

—¿Y cuándo dejo de ser la esclavitud legal en Estados Unidos?

—1865.

—Gracias por contestar, Romano, que alegría que estemos de acuerdo en algo. —Se levanta, sosteniendo su bolso cerca.

Malas IntencionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora