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Federico


Son las pequeñas victorias las que me hacen sonreír.

Cuando decidí raptar a esta chica solo para dar un punto dentro de la comunidad, confíe en mis instintos y que algo bueno tenía que tener la situación. Y eso ocurrió.

Luego de la ilustrada conversación con Alondra Bianchi, moví algunos contactos para encontrar más información de Pelotón. Solo había raspado la superficie, ahora necesitaba lo interesante. Fue allí que descubrí que trabajaba para la firma de Denis Taylor.

—No pienso trabajar para ti, ni de coña —dice levantándose con todo ese dramatismo que le gusta exonerar cuando discutimos.

—¿Por qué no? —pregunto con calma.

Ella mira por la ventana, usando la misma postura que tenía cuando entré a mi pent-house y la vi meditando junto con las vistas de la ciudad.

—Porque no trabajo para mafiosos. —ladra sobre su hombro.

Los abogados son todos iguales, muchos se harán los moralistas, amantes de la ética y la buena voluntad, hasta que le pones la zanahoria adelante.

—Qué tal si te ofrezco un trato...—Yo sigo usando el tono calmado, ella sigue histérica.

Me encantaría calmar esa histeria con mi lengua.

Elena voltea, sin poder ocultar el interés que le provoqué.

Clásico.

—Qué trato...

Me levanto y camino hasta la bicicleta que le ordené a Fausto que deje en la sala, será un gran entretenimiento verla hacer sus clases mientras me siente en el sofá. Enciendo la pantalla de la bicicleta, exploro el menú y trato de entender, por qué todo el mundo está tan obsesionado con esta mierda.

Por supuesto tengo un gimnasio, no solo en el edificio, sino en mi propio piso, pero no iba a confesarle todavía eso, quiero cabrearla aún más en el futuro.

—Represéntame en este juicio, libérame de esta demanda y gana tu libertad —digo como si su vida no dependiera de ello, en cambio pulso la pantalla, abriendo clases y escuchando las indicaciones de un profesor.

Cuando Elena no responde, volteo para ver su expresión.

Contemplación.

—No puedo ir en contra de mi jefe —dice como si de verdad lo estuviera considerando.

Debe estar absolutamente desesperada por irse de aquí.

—Oh, pero él no es tu jefe ya —digo enterrando las manos en mis bolsillos, camino hacia ella, dejando cierta distancia prudente entre nuestros cuerpos.

Elena me mira, tiene miedo de preguntarme por qué dije eso.

Preguntame...

Demanda información de mí.

—Federico...

—Elena...

Una media sonrisa victoriosa se desparrama por mi rostro.

—¿Qué has hecho?

—Puede que Denis haya recibido tu carta de renuncia hace media hora —encojo mis hombros— nada muy loco.

Ella da un paso más cerca, tensión en sus ojos y en su mandíbula.

Yo en cambio observo sus labios con hambre y una pequeña sonrisa. Realmente sería una pena no probarlos antes de soltarla.

Malas IntencionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora