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«Es la primera vez que estoy enamorado y te ruego que me ayudes a amarte sin atraparte.»

Su confesión me deja sin habla, sin embargo, no significa que me sorprenda.

Ese era mi plan, ¿no?

Enamorarlo.

Solo que en algún momento se me olvidó.

Qué estúpida, solo tenía que manipularlo a él no a mí también y ahora mi estómago reacciona como si fuese una adolescente enamoradiza.

—¿Cómo sabes que lo que sientes es amor? —susurro aterrada.

No sé por qué siento que esto es una simple confusión, hoy fue un día difícil, es normal que los sentimientos se mezclen con nuevos y el resultado sea esto.

—Vamos, Pelotón, sabes muy bien que me tienes comiendo de tu mano, no pretendas lo contrario —sujeta mi mano y juega con mis dedos—. Lo que siento por ti es algo demandante, me asusta porque quiero retenerte —sujeta con un poco más de fuerza y me atrae hasta estar a centímetros de mi boca—, protegerte del mundo en el que vivimos.

—Ya te lo dije antes, podría no ser esta nuestra realidad, podríamos irnos de la ciudad y...

Niega con la cabeza.

—No puedo irme, especialmente ahora que tu padre decidió gestar un nuevo par de huevos. Hay gente que depende de mí Elena, familias que viven con el dinero que yo les doy, sé que tú crees que ser capo es simplemente traficar y sacar lo peor de la sociedad a la luz, pero hay familias involucradas aquí.

Nunca lo había pensado.

Es fácil asumir que siempre hay algo mejor por ahí, pero ¿qué importancia tiene la moral cuando tus hijos tienen hambre?

Asiento mirando sus ojos negros.

—¿Qué pasará cuando mi padre deje de existir? —pregunto temiendo la respuesta.

—Serás libre, tu madre también.

—¿De ti? —susurro.

—No —sus ojos se oscurecen aún más— siempre serás mía, siempre lo fuiste, Pelotón, ¿recuerdas?

Me río al sentir la posesividad que surge de él inmediatamente.

—Lo recuerdo.

Federico acaricia mi rostro y deja un beso sobre mis labios.

—Quiero tomarte —susurra en mi oído—, pero esta vez necesito que sea diferente.

Es fácil esconder sentimientos en la violencia de lo que hacemos, la vulnerabilidad sin embargo...

—Diferente, ¿Cómo?

Deja un beso suave en mi quijada y luego baja por el cuello.

—Lento...—desliza la lengua por mi cuello hasta llegar a mi oreja, luego la muerde—, suave.

Aleja mi pelo para tener más acceso y su mano envuelve mi cintura posesivamente.

—¿Como si sintieras algo por mí? —la última parte sale como un gemido.

—Como si te amara...—toma posesión de mi boca empujándome hasta la superficie más cercana.—. Como si no pudiera dormir pensando en lo que siento cuando me sonríes, o cuando te olvidas de que soy el lobo malo de tu historia.

Carga mi cuerpo en su cadera y ciegamente nos trasladamos hasta su habitación.

No me arroja sobre la cama, me deposita a los pies y lentamente quita mi ropa sin decir una sola palabra.

El naranja del sol del amanecer se filtra por las ventanas dándole una energía calma a la habitación.

Mi sostén termina en el suelo y luego sigue con mis pantalones, dejando que se arruguen en mis tobillos.

No llevo bragas y eso parece entusiasmarlo.

—Déjame verte —dice retrocediendo tres pasos, sus ojos navegan por mi cuerpo y luego suben a mis ojos—, eres exquisita.

Me sonrío con un poco de vergüenza.

¿De verdad estoy haciendo esto? Me estoy entregando ciegamente al único hombre que prometí mantener alejado de mi vida.

Sí, eso es lo que haré.

—Ven, Federico. —estiro mi mano y él la sujeta inmediatamente, llevándola a sus labios.

Ahora es mi turno de quitar su ropa, sus ojos siguen mis dedos que desabotonan su camisa y luego mira mi rostro con devoción.

—Fuiste muy valiente hoy —susurra acariciando mi pelo hasta dejarlo detrás de la oreja.

—Dices eso porque no me viste romperme en cuanto llegue aquí. —su cinturón es el siguiente, luego sus pantalones.

—Lamento no haber estado aquí, necesitaba resolver algunas cosas primero...

—Lo sé —engancho mis dedos en sus calzones y empujo hacia abajo, liberando su polla lista para tomarme—, no tienes que explicarme nada.

—Pero quiero hacerlo, bella Elena —envuelve mi rostro entre sus dos manos gigantes y me besa.

Me besa profundo, lento como dijo y me lleva a la cama con él.

Me besa por un largo tiempo, nuestros cuerpos desnudos enlazados dulcemente, hasta que envuelve su cadera con mis piernas y empuja.

—Joder...—susurra.

Nunca lo hicimos en esta posición, de costado, mirándonos con ojos cálidos y vulnerables.

Envuelvo mis brazos en su cuello y beso su nariz, su mejilla, su frente.

Federico cierra los ojos y se deja llenar de ternura, mientras habita dentro de mí y sale lentamente.

—Mi bella Elena —susurra— serás mi mujer en cuanto termine con todo esto.

Abro mis ojos y lo observo, parece determinado.

Convencido.

No puedo responder, no porque no quiera, sino porque Federico voltea mi cuerpo y se introduce en mi hasta el fondo, haciendo que jadee.

Sus embestidas se vuelven rápidas.

Controladas.

Sus manos posesivas se deslizan por mi estómago, hasta encontrar el centro de mi cuerpo y acariciar mis pliegues, mi zona más sensible.

—Oh Dios...—gimo sosteniéndome de la almohada.

—No digas su nombre, es el mío el que tienes que gemir —susurra, luego desliza la punta de su lengua por mi cuello obscenamente.

Me corro como nunca antes.

Con temblores y contracciones y mientras él se corre dentro de mí, pienso la respuesta que no quise decir antes.

Con temblores y contracciones y mientras él se corre dentro de mí, pienso la respuesta que no quise decir antes

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Malas IntencionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora