♥19♥

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Federico.


Realmente me estaba irritando.

Y tenía ganas de hacer esto desde el día que intercepté su comida en uno de mis restaurantes.

Elena intenta empujarme, pero no puede con la presión que pongo sobre sus labios, ni la fuerza de mi cuerpo cuando la empujo hasta la pared más cercana y la encarcelo con mi fuerza y las ganas tajantes de sentirla, de hacerla mía, aunque sea solo por un segundo.

Aunque sea a la fuerza.

Sujeto sus brazos, impidiendo que golpee mi pecho mientras mis labios juegan con los de ella. Sé que quiere batallar para demostrar que no quiere esto, pero también sé muy bien que, sí lo desea, prácticamente puedo oler cuan excitada se pone cuando me insinúo y le doy a entender que tarde o temprano algo pasará entre los dos.

Y después de mirarla trabajar todo el día, con sus cejas juntas en el medio de su frente, mirando el ordenador y anotando cosas, joder, todo ese espectáculo "abogada despiadada" me puso a mil.

Eventualmente sus brazos ceden como sabía que lo harían y deja de intentar golpear mi pecho y a regañadientes se funde en mi calor.

Este es mi momento para pedir permiso con mi lengua y deslizarme en su boca tibia.

Ella gime cuando rompo esa barrera y cuando acaricio su rostro suavemente con mi mano, su lengua comienza a bailar con la mía.

Y un rayo se desliza directo a mi polla.

Joder besarla es...

Presiono mi pelvis en su estómago, deseando más, enfureciéndome por cómo necesito estar dentro de ella.

Mis manos se deslizan por su cintura, aferrándola a mi pecho, ella deja sus brazos sobre mis hombros y antes de darme cuenta, mi cuerpo la rodea perfectamente, rozando cada centímetro de piel que tengo.

Quiero reírme cruelmente por lo rápido que me dejó besarla.

Quiero decirle que este es solo el principio.

Pero una cosa es pensar y otra es usar mi boca para decir esas palabras y detener este momento.

Nunca dudé tanto con una mujer, siento que cualquier movimiento que haga pueda despertarla y hacerla una fiera otra vez.

Y nada me gustaría más que enseñarle que nadie le dice que no a Federico Romano, pero entiendo que quizás lo más sano sea detenerme, dejarla encendida y enviarla a su habitación como a una niña que se comportó mal.

Volverme una obsesión, una adicción para ella sería mi objetivo principal.

Lentamente separo nuestros labios y cuando miro hacia abajo, veo que sigue con sus ojos cerrados.

No digo nada.

Ella tampoco.

Y cuando los abre, son salvajes, fieros y los amo.

Con su puño golpea mi pecho fuertemente, debo admitir que no esperaba tanta fuerza de su parte.

Me río de todas maneras.

—¿Qué pasa, Elena?

—¡Idiota! —grita en mi rostro.

Detesto ese insulto, con toda mi alma.

Era el que me decía mi padre todo el puto tiempo.

Cuando intenta ir por mi rostro, sostengo su muñeca a centímetros de lograrlo y sujetándola de la garganta, la clavo en la pared.

Malas IntencionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora