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Federico

Alondra Bianchi está incómodamente sentada en el extremo opuesto al mío de la larga mesa del comedor.

Su hija, mi actual abogada y captiva, a su derecha.

Sostengo mi barbilla con mi mano, mi codo en el apoyabrazos de mi silla de madera oscura.

Las observo interactuar silenciosamente, con mi dedo del medio juego con mi labio inferior y una media sonrisa se resiste en mi rostro.

Se están poniendo al día, hablan de absolutamente todo, excepto el elefante en la habitación.

Yo.

Yo y mi brillante idea de raptar a esta mujer.

Nunca creí tener tanto entretenimiento con esta idea.

Alondra no parece estar tan conflictuada, juraría que hasta se siente aliviada al ver que su hija está bien y alimentada.

¿Podría hacerle más cosas aparte de alimentarla? sí, pero no es el momento, no, Elena necesita más información sobre mí. El deseo lo tiene, lo reconozco cuando me mira, pero su alta moral le impide verme como lo que soy.

Quizás por eso me sonrío, quizás puedo ver el futuro.

Los platos están vacíos ya y Elvira me preguntó si queríamos comer el postre, sin consultar con mi invitada le dije que sí.

Elena me mira de vez en cuando, quizás analizando lo que está diciéndole a la madre, probando hasta dónde puede hablar, qué decir sin que yo la escuche o me dé cuenta de su plan para escapar de aquí.

Pero Elena no sabe todavía cuando Alondra apoya esta situación.

—Alondra...—interrumpo, las dos me miran inmediatamente, las dos esperaban esta interacción— ¿se ha comunicado Carlo contigo?

—No —responde con honestidad. ¿Cómo sé que es honestidad? La ira en sus ojos dice que en el momento que se comunique con ella es hombre muerto— y no creo que lo haga, es muy cobarde.

—Lo es...—murmuro jugando con un cuchillo que nunca use y recordando cómo entregó a su hija sin dudarlo un segundo— Mis hombres lo vieron, dicen que le pidió asilo a Jimmy Caci —me rio.

—¿A Jimmy? —pregunta Alondra mirándome confundida— creí que ya no...

Las palabras quedan en el aire.

—¿Que ya lo había matado? —Completo su pregunta con una sonrisa. Me inclino sobre la mesa, sosteniendo mi quijada con aburrimiento— No...bueno...no a todos, creo que tiene un par de pequeños que trabajan para él, venden fármacos a adolescentes que creen tener una vida muy dura.

Elena no dijo una sola palabra, hasta ahora.

—¿Qué harás si lo encuentras?

Mis ojos la inhiben porque en cuando los poso sobre ella, sin mover un centímetro de mi cuerpo, Elena desvía la mirada, enfocándola en el vaso delante de ella.

—No lo tengo decidido todavía, después de todo, le hice una promesa, su vida por la tuya.

Parece... ¿decepcionada?

—Entiendo.

—Pero...—Me yergo en la silla— como dije, yo le hice esa promesa, otros quizás no lo tomen tan enserio.

Eso cambia su semblante, entendió lo que quise decir.

Yo quizás no lo mate, pero mis hombres...

Malas IntencionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora