¿Hermanos?

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Rodrigo tenía un problema. Un grave problema.

No es que se había mandado una cagada o algo por el estilo. Era algo que lo atormentaba por las noches.

Dependencia.

Una asquerosa dependencia emocional con su amigo.

Él dependía emocionalmente de aquel pibe alto y de pelo negro, Iván. Esa dependencia que no lo dejaba tranquilo. Esa posesividad con su amigo, lo atormentaba.

Y es que él sabía perfectamente que no sabría que hacer si no tuviera el cálido, pálido y flaco cuerpo de Iván a su lado.

No lo digo en el sentido de una pareja que termina de coger y se acurrucan juntos dándose calor el uno al otro.

Lo digo en el sentido en el que Rodrigo se volvía loco con el tan simple hecho de sus rodillas rozando bajo la mesa del colegio. O esos inocentes y amistosos tactos de parte del pelinegro. Iván lo volvía tan loco, que lo preocupaba.

También era preocupante su posesividad con el más alto.

Jamás fue un pibe celoso, es más, él odiaba tanto los celos. Pero no podía evitar que los celos se hicieran presentes cuando Iván se alejaba para conversar unos minutos con otros pibes y pibas.

Iván era muy sociable, demasiado. Todo el colegio lo conocía, y lo querían mucho. Su personalidad tan carismática, alegre, y divertida, que compraba fácilmente a todos los cursos e incluso a los auxiliares, profesores y preceptores, también a la avejentada directora amargada. Era increíble, muy increíble.

Rodrigo amaba con desesperación al pelinegro, él era su mundo. Y lo sabía disimular perfectamente.

Sus ojos verdosos ansiosos del tan puro tacto de Iván. Y es que era indescriptible lo que sentía Rodrigo cuando su amigo lo tocaba amistosamente. Sentía cosquillas, sentía como su cuerpo se llenaba de algo tibio y lindo, que lo hacía sentir bien. De algún modo era tranquilizante.

A los verdosos ojos de Rodrigo, Iván era un tesoro, era un nene tierno y lindo, era la más acertada definición de la palabra Perfección en el diccionario. Iván era tan perfecto, tan pero tan perfecto, que asustaba a Rodrigo por las noches.

Rodrigo realmente estaba asustado de si mismo. De cómo era posible sentirse tan así por quién había considerado su hermano durante años. Era escalofriante y desquiciado a su criterio. Pero en el fondo, muy muy en el fondo, sabía que le encantaba sentirse asi por Iván. Iván era adictivo.

Totalmente espeluznante.

Todas las noches, de todos los días de la semana, tocándose desquiciadamente, reventandose la pija con la mano, pensando en excitantes y calientes escenarios junto a su amigo. Después de sus pajas nocturnas, se sentía una mierda. Era de muy mal amigo tocarse pensando en Iván de forma indecente, pensándolo pecanosamente, y tan íntimamente.

Sus ojos se volvían vidriosos en fracción de segundos mientras la culpa se apoderaba de él. Se limpiaba la mano con una remera sucia, y se largaba a llorar silenciosamente. Típica paja triste.

Se sentía sucio por pensar tantas cosas asquerosas con su hermano del alma, cosas que lo excitaban de tal forma, que su mano quedaba adolorida.

Él no podía seguir así. Simplemente no podía.

Necesitaba acabar con esta mierda. Y debia hacerlo lo más pronto posible.

—Eu, boludo — llamó Iván, mientras se sentaba en la banquita de la plaza, al lado de Rodrigo.—¿Estás bien?

La mirada preocupante que le lanzó, fue tan bonita a los ojos de Rodrigo.

Él llamó a Iván, diciéndole que quería un encuentro en la plaza. Debía terminar con esto, a la mierda todo.

•One Shots• {Spreen×Carrera}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora