13. Llamada Nocturna.

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👘 Shinaguzawa Genya:

Las manos aún me temblaban cuando marqué el número de nuestro padre una vez me encontré en el interior de mi Ferrari F8 Tributo color negro. Al segundo tono cogió la llamada.
—¿Cuándo regresáis? —preguntó dando por hecho que había conseguido convencerlo de que regresara conmigo.
—Padre, se ha negado rotundamente —contesté aflojándome el nudo de la corbata.
Silencio al otro lado de la línea.
—No oses volver por casa si no traes a Sanemi contigo —fui a replicar algo pero cortó antes de que me diera tiempo siquiera a abrir la boca. Furioso arrojé mi IPhone al asiento del copiloto.
—¡Grandísimo hijo de puta…! —gruñí propinándole un puñetazo al volante para después apoyar la cabeza en mis brazos cruzados sobre este.

¿Cómo no iba a odiarnos Sanemi cuando todos nosotros habíamos hecho de su vida un infierno? En ese tiempo, todavía siendo yo un niño no entendía muy bien lo que sucedía a mi alrededor.

Vivíamos rodeados de lujos, las fiestas se sucedían noche tras noche y antes de que abriésemos la boca, ya nos estaban dando todos los caprichos que pudiésemos desear. O eso era lo que yo pensaba. Tan sumido estaba en mís juegos infantiles que a penas era consciente de las cosas que sucedían a mi alrededor. Para mí, Sanemi era el hermano raro que nunca parecía estar contento con nada pese a los lujos que nos rodeaban. ¿Cómo era incapaz de sonreír o ilusionarse cuando famosos y celebridades de todo el país nos invitaban a fiestas casi a diario? ¿Por qué cuando acompañábamos a nuestros padres a París, Milán, Barcelona o Nueva York no chillaba de contento y simplemente agachaba la cabeza como si fuera un preso al que llevan a una sala de tortura?

Por todo esto llegué a despreciarlo. Para mí, mi hermano mayor no era más que un desagradecido y por eso procuraba mantenerme lo más apartado posible de él, no quería que me contagiase su actitud y si por alguna razón tenía que dirigirle la palabra, lo hacía con un tono educado pero frío, para que se diera cuenta de que aunque éramos hermanos, en realidad no nos unía nada más que nuestro apellido.

Entonces sucedió algo totalmente inesperado. La noche de antes de que Sanemi se fuera de casa, durante la cena, nuestro padre dijo que tenía que hacer un anuncio importante.
—He estado reflexionando durante mucho tiempo acerca de la decisión que he tomado y la cual me dispongo a trasmitiros ahora —dijo cuando acabamos de comer, mientras esperábamos que nos sirvieran el postre. Se echó hacia delante, acodándose en la mesa y entrelazando los dedos de sus manos frente a sus labios—. Normalmente los negocios familiares, especialmente tan respetables como el de nuestra familia son heredados de padres a hijos, siendo el primogénito el que obtenga el puesto de mayor peso, pero encontrándonos ante unas circunstancias un tanto inusuales, he considerado que la mejor opción es la de cederte a ti, Genya, dicho puesto.

Al decir aquello, me quedé completamente estupefacto. Alcé la vista que hasta entonces había mantenido fija en algún punto indeterminado del mantel y la dirigí hacia mi padre que me miraba con los ojos brillantes de orgullo desde su lugar predilecto el extremo de la mesa ante la que estábamos sentados. A mi izquierda, Sanemi soltó un suspiro que interpreté de molestia.
—¿Tanto te desagrada que padre se haya decantado por antes que por ti? —pregunté mirándolo de soslayo.

Sanemi simplemente se levantó de la mesa y con una respetuosa inclinación agradeció a nuestros sirvientes la comida antes de encaminarse hacia la puerta del comedor. Furioso por su actitud me puse en pie y alzando la voz le espeté:
—Comprendo a la perfección la decisión que ha tomado, ¿cómo va a dejar un negocio tan respetable y digno como el de nuestra familia en manos de un salvaje como tú?
Sus pasos se detuvieron justo delante de la puerta y apoyó la mano en el pomo de esta.
—Padre, ¿por qué no te tomas la molestia de explicarle a todo el mundo el motivo autentico por el cual has hecho esto? —preguntó girando levemente la cabeza. Desconcertado me volví hacia nuestro padre y él se puso en pie con la cara pálida— ¿Por qué no le explicas a tu futuro heredero que la verdadera razón por la que lo has elegido a él y no a mí es porque soy un puto producto defectuoso?
—¿De qué demonios estás hablando? —pregunté dispuesto a dar la cara por nuestro progenitor.

Sanemi finalmente dio media vuelta y me miró a la cara. Sus labios se habían curvado en una sonrisa triste y se dispuso a hablar.
—¡Cierra la boca! —rugió nuestro padre y mamá que como siempre había permanecido ausente como un objeto más de la habitación, se levantó de la mesa y huyó despavorida de la estancia. Sanemi simplemente se hizo a un lado para dejarla pasar y cuando ella salió, cerró la puerta a sus espaldas.
—¿Y si no lo hago? ¿Y si siento que ha llegado el momento de decir las cosas de frente? —Lo desafió antes de llevarse una mano a la cara y se apartó el flequillo que se lo había dejado crecer de modo que le cubriese la mitad superior de esta, echándoselo hacia atrás y desvelando unas cicatrices que le recorrían el centro del rostro peligrosamente cerca de los ojos y la frente. Horrorizado me llevé las manos a la boca—. Genya, ¿quieres saber cómo me hizo estas heridas? —preguntó— ¿o prefieres que sea él quien te quite la venda de los ojos?

Nuestro padre pasó por mi lado hecho una furia y se dirigió a Sanemi dispuesto a callarlo de una bofetada, pero mi hermano lo agarró del brazo y lo obligó a dar media vuelta retorciéndoselo a la espalda en un ángulo doloroso.
— Ya no soy un niñito débil de cuatro años —masculló con los dientes apretados— y para tu desgracia se te ha olvidado el atizador de la chimenea...
—¡G-Genya, hijo mío, no lo escuches! —gritó tratando desesperadamente de soltarse en vano de su agarre— ¡No permitas que contamine tu mente con sus embustes!
Estaba petrificado, nunca había visto a nuestro padre, una persona tan digna actuando como en ese momento con la cara roja de ira y temblando de la cabeza a los pies.
—Genya, respóndeme a una pregunta —dijo Sanemi con voz calma— ¿nunca te has preguntado por qué yo siempre me encargo de dibujar los diseños en blanco y negro que luego te encargas de bordar en los kimonos?
—¿A dónde pretendes ir a parar con todo esto? —pregunté sin aliento. Tenía la boca seca y la cabeza había empezado a darme vueltas.
—A ninguna parte, solo quiero que sepas la verdad tras su decisión y la verdad es esta, Genya, yo no le soy útil porque padezco acromatopsia, lo cual es muy jodido para el negocio ya que no puedo ver los colores.

Padre dejó caer la parte superior de su cuerpo hacia delante y sus hombros comenzaron a estremecerse mientras reía por lo bajo. Una risa que fue aumentando de volumen hasta que se convirtió en un rugido entre dientes.
—No debería haberle hecho caso a la estúpida de tu madre… tendría que haberte matado en cuanto tuve la oportunidad… —siseó y mi hermano lo soltó con una expresión de asco y él calló de rodillas al suelo. Durante un buen rato permaneció riéndose como un demente, tiempo que Sanemi aprovechó para decirme unas últimas palabras.
—Aunque no me creas, me alegro de corazón de que seas tú quien ha heredado la dirección de la firma —sonrió con honestidad y abandonó el lugar. Quince minutos más tarde se iba por la puerta cargando solamente con una bolsa de deporte. Mamá le suplicaba que no se fuera, pero él la ignoró olímpicamente.

Esa noche el pedestal en el que por tantos años había situado a mi padre se desmoronó bajo el peso de las mentiras y la decepción, bajo el peso de la culpa por ni tan siquiera haberme detenido a preguntarle a mi hermano qué era lo que lo corroía por dentro.

Ilumina Mi Oscuridad. 📿HimeSane🌪Donde viven las historias. Descúbrelo ahora