37. El Lazo Más Fuerte.

76 12 13
                                    

Shinaguzawa Tooru:

Era consciente de que la calma en la que habíamos vivido durante los últimos días era algo artificial y pasajero, tan consistente como una pompa de jabón.

Me encontraba sentada en el sofá del apartamento de Genya tratando de dosificar las emociones que en esos momentos me embargaban y me sacudían por dentro como un vendaval. ¿Cómo reaccionaría al verme después de tanto tiempo? ¿Volverían a abrirse las viejas heridas, esas que no habían cicatrizado correctamente? ¿Me escupiría a la cara lo mucho que me odiaba por no haber hecho nada cuando más me necesitaba? Como si la hubiera invocado involuntariamente, la imagen de Hideaki se apareció repentinamente en mi mente haciendo que me encogiese en mi sitio del miedo.

De pronto sonó el timbre y di un respingo abrazándome a mí misma y vi como el menor de mis hijos que hasta entonces había estado en la cocina, fue a abrir la puerta. Un breve intercambio de palabras y el sonido de pasos aproximándose al salón. Tiritando levanté la mirada y los vi a los dos, uno al lado del otro. Nemi me observaba con una expresión que no supe descifrar y de inmediato acortó la distancia que nos separaba en un par de zancadas se arrodilló sobre la moqueta de pelo largo frente a mí y me tomó de las manos.
—¿Qué te ha hecho? —preguntó y su voz sonó casi como un rugido contenido. Me obligué a sonreír para tranquilizarlo aunque las lágrimas pugnaban por desbordarse de mis ojos.
—Nada, he sido yo la que ha decidido irse —dije y mis palabras sonaron pastosas en mis oídos.

Sanemi escudriñó dentro de mis ojos que a su vez sintieron un terrible impulso de clavarse en cualquier otro punto que no fueran los suyos. Sin embargo necesitaba que me creyera, porque si él lo hacía, si mi hijo creía en mí eso significaba que no era un fraude como madre, ¿verdad? Había reunido el valor para enfrentarme a mi mayor miedo para hacer lo que consideraba correcto. Había conseguido reunir a mis dos niños preciosos y ahora, uno de ellos, el que creía que jamás me volvería a mirar siquiera me estaba sujetando las manos. Mi vista se volvió borrosa y noté como las lágrimas vencían este pulso y se derramaban, incontrolables, por mis mejillas.
—Mamá, estoy contigo —susurró estrechándome con fuerza contra su pecho mientras yo sollozaba incapaz de contenerme.
—Mamá… —Genya se sentó a mi lado y rodeó mis hombros con su brazo tratando de calmarme.

Necesité unos minutos para tranquilizarme lo suficiente como para no volver a derrumbarme y cuando lo logré Genya nos ofreció tomar té para recomponernos un poco. Sanemi aceptó y se puso en pie. Había crecido mucho desde la última vez que lo vi, su precioso pelo plateado también estaba bastante más largo y parte del flequillo trataba de ocultar las cicatrices de su rostro, una cara que pese a todo seguía siendo preciosa. Lo imité y alargué mi mano, pero él retrocedió un paso como un animal asustado. Sus ojos se abrieron, sus pupilas se dilataron y sus labios se estiraron hacia atrás desvelando unos dientes blancos y perfectamente alineados en una mueca de advertencia. Como un lobo a punto de atacar. Pero no me detuve y finalmente las yemas de mis dedos rozaron su pómulo, su mejilla.
—No sabes cuánto lo siento…
—No hablemos ahora de eso —dijo tomándome de la muñeca y apartando mi mano de su cara.

Genya trajo una bandeja con tres tazas, una tetera, cucharillas y un azucarero que depositó con cuidado sobre la mesita baja que había frente al sofá y entre los dos sillones que conformaban parte del mobiliario de la estancia. Sanemi optó por sentarse en uno de los sillones y durante unos segundos contempló el contenido del recipiente que sostenía entre sus dedos.
—Tooru…, mamá —se corrigió levantando lentamente la mirada y continuó—, Genya… al principio creí que todo esto no era más que una treta o alguna patraña para hacerme volver y aún así, pensando lo que pensaba, he decidido venir… —frunció el ceño como si estuviera poniendo en orden sus pensamientos antes de continuar hablando— con esto lo que quiero que entendáis es que si ahora estoy aquí con vosotros es porque es una situación que lo amerita, no voy a volver a diseñar kimonos, ni voy a renunciar a la vida que llevo ahora.
—¡Sanemi…! —alzó la voz Genya, pero yo apoyé mi mano en su antebrazo aplacándolo. Me miró contrariado pero no dijo nada.
—Te entiendo perfectamente y no puedo pretender que hagas nada que no quieras después de todo lo que ha pasado. Lo único que quiero es que me des la oportunidad de disculparme por todo… —dije con un inmenso nudo en la garganta.
Sanemi me miró a los ojos y después de unos instantes que se me hicieron eternidades, se humedeció los labios.
—¿Por qué? —preguntó y esa sencilla pregunta me atravesó.
—Por miedo… —musité.
—Si tanto miedo le tienes, podrías haber huido o haber hecho cualquier cosa…
—Sanemi… —lo increpó Genya pero yo alcé la mano cortándolo.
—Cuando estás enamorada de una persona, los sentimientos te ciegan, crees en las promesas de que algún día cambiará, de que te ama y que no te volverá a hacer daño y le das muchas, muchas oportunidades esperando que algún día haga valer su palabra.
Los labios de Sanemi se curvaron en una sonrisa imbuida en amargura y asintió lentamente.
—Supongo que a fin de cuentas todos, de una manera o de otra hemos sufrido los estragos de Hideaki —dijo y dejó la taza sobre la mesa mientras hacía un terrible esfuerzo por contener los pucheros que comenzaban a contraer su cara. Unos gestos que me hicieron trizas el corazón. Me puse en pie y rodeé la mesa para abrazarlo con fuerza contra mi pecho. Al principio se puso rígido, pero lentamente su cuerpo se empezó a ceder a base de sollozos que no podía controlar. Besé una y mil veces su cabello, un beso por todos esos instantes que no había podido hacerlo, y en cada beso, en cada lágrima que recorría mi cara y en cada doloroso latido de mi corazón había una promesa que esta vez sí que iba a cumplir.

Dosgatosescritores:

Siento que me he demorado muchísimo escribiendo este capítulo, pero necesitaba estar emocionalmente preparado para escribir todo esto. Darse cuenta de que la persona a la que amas hasta tal punto que estás convencido de compartir el resto de tu vida, es un monstruo es algo muy duro.

Puede que lo que voy a escribir ahora sea un poco –bastante– heavy pero hace un tiempo escuché que uno de los efectos secundarios de estar enamorado de alguien tóxico es que no solo te vuelves ciego, sino también gilipollas y eso es muy peligroso gatitos.

Perdonad por lo de arriba pero necesitaba soltarlo.

En estos días voy a procurar actualizar más seguido, tengo ideas que creo que os pueden interesar y quizá, si me da la vida para ello, tal vez os pueda hacer un especial del mes de Halloween.

Gatitos espero poder hacer algo especial ya que este mes es de mis favoritos.

¡Nos vemos dentro de nada! ¡Se os quiere demasiado!

Ilumina Mi Oscuridad. 📿HimeSane🌪Donde viven las historias. Descúbrelo ahora