30. Una Gran Puerta que se Cierra:

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Shinaguzawa Sanemi:

En los últimos días me había ido acostumbrando a ver a Uzui y Rengoku más acaramelados que los flanes, por lo que cuando me los encontré en la cafetería de la facultad sumidos en el silencio y con expresiones de preocupación en sus rostros, supe que debía de estar pasando. Al acercarme para preguntarles, se miraron entre ellos y me invitaron a tomar asiento. Entre ambos me contaron que Gyomei estaba pensando en mudarse solo a un piso.
—Estáis de coña, ¿verdad? —pregunté con mi mano a medio camino de la taza de café con leche que me había acabado de traer el camarero.
—Para nada, sus padres también piensan que es una locura y están tratando de convencerlo de que no lo haga —contestó Uzui pasándose las manos por el pelo echándoselo hacia atrás.
—¿Pero a qué ha venido eso? —quise saber.
—No nos lo ha querido explicar —murmuró Rengoku removiendo molesto su té con la cucharilla.

Observé a ambos con el ceño fruncido y mordiéndome el interior de la mejilla. Algo me decía que algo había tenido que pasarle para tener que tomar una decisión como ésa. Como después de clase tenía pensado ir a verlo al hospital, ya aprovecharía y trataría de hablar con él y averiguar la razón. Este pensamiento se lo hice saber a ellos y aunque se notaba que tenían ciertas dudas, me desearon buena suerte.

Cuando llegué a casa, a Kumeno a penas le dio tiempo para saludarme y decirme que necesitaba hablar conmigo en cualquier momento en el que yo tuviera un respiro. Su rostro estaba serio.
—Te prometo que en cuanto me sea posible, hablaremos —contesté dejando las cosas de la universidad y saliendo a todo correr.

Algo más de media hora más tarde estaba llegando a la planta donde se encontraba la habitación de Gyomei. Sus padres estaban saliendo de esta cuando yo doblaba una esquina. Me impresionó verlos exageradamente pálidos y con esa expresión de angustia contrayéndoles el rostro. Cuando me vieron se esforzaron en componer una leve sonrisa que no les llegó a los ojos.
—Shinaguzawa-kun —me saludó el señor Imai y su esposa lo imitó inclinándose cortésmente hacia delante.
—Buenas tardes —les devolví el saludo pronunciando más mi inclinación. Cuando me enderecé me comentaron que ellos iban a bajar un momento a la cafetería a tomar algo y que si no me molestaría quedarme con su hijo.
—Para nada, de hecho venía a visitarlo —respondí y ellos me agradecieron por el detalle aunque no me pasó desapercibida la manera en que se miraron. Me despedí de ellos y entré en la habitación. Al escuchar mis pasos, Gyomei se volvió hacia el lado contrario, hacia la ventana y vi como se le tensaban los hombros.
—Quisiera que me explicaras algo —dije colocándome a los pies de su cama y él soltó un suspiro.
—Te aseguro que cuanto menos sepas será mejor para ti… —contestó con los dientes tan apretados que los músculos de la mandíbula comenzaron a palpitarle y las venas del cuello se le hincharon.
¿Qué cojones era capaz de tensar de esa manera a alguien que era el culmen de la serenidad? Llegados a este punto no me podía dejar en ascuas, costara lo que costase averiguaría qué demonios estaba pasando.
—Del mismo modo que tú odias que te digan lo que te conviene yo también lo odio, así que no me vengas con esas y dime qué es lo que te está pasando —me apoyé en la cama.

Himejima giró la cabeza en mi dirección y se levantó de la cama avanzando hacia mí y guiándose con los dedos rozando las sábanas. Por un momento sentí el impulso de retroceder un paso, pero al final me quedé donde estaba. Esta persona no era el Gyomei que conocía y no me daba la gana que el verdadero desapareciera por el motivo que fuera. Se inclinó sobre mí.
—No me das ningún miedo —le advertí— me he enfrentado a tíos lo mismo de grandes que tú.
—No eres de los que se rinden fácilmente, ¿verdad? —dijo en una especie de gruñido bajo que me erizó la piel.
—Cuando alguien me importa, no —repuse y se enderezó molesto. Por unos instantes vi como se debatía muy fuertemente entre ceder o no.
—Lo que te voy a contar es algo muy serio —comenzó a decir tras soltar un suspiro de frustración y durante los minutos que siguieron me habló de su tío que le habló de sus padres biológicos, de que ambos habían sido asesinados por la yakuza.— Quiero pensar que lo que me sucedió solo fue un accidente, porque de lo contrario significaría que mi abuelo sabe que sigo con vida y eso os pone en peligro a todos los que me conocéis.
Yo estaba tratando de asimilar todo aquello.
—Si tus sospechas resultan ser ciertas, estando tú solo te les ofrecerías en bandeja —logré decir— lo que debemos es buscar una manera de que tú puedas seguir con tu vida…
—¿Cómo que “debemos”? —Preguntó arrugando el entrecejo— te lo he dicho, esto es asunto mío.
—Piensa lo que quieras, pero no te voy a dejar solo —sentencié en el momento en que la puerta se abría y entraban sus padres.

Dosgatosesritores:

¡Hola mis gatitos!

Hoy tengo que empezar pidiendo disculpas por no haber explicado bien lo del tema de los padres biológicos de Gyomei. ¡Agh! ¡Maldita sea, qué vergüenza! ¿Veis como soy un desastre? Espero que en la respuesta que os di lo haya explicado mejor. Puede que no lo haya hecho bien quizá porque mientras escribo tengo las ideas muy claras en mi cabeza, pero prometo esforzarme en dejarlo todo cristalino.

Este capítulo me ha resultado muy emocionante de escribir, siento que Sanemi y Gyomei se están acercando aunque quizá no se den cuenta. O sí. ¡Ay! No os imagináis la de cosas que están por venir. Pero bueno, ya me calmo.

En los capítulos que siguen las cosas se van a complicar un poco para nuestros niños, no solo para Gimejima.

Me despido de vosotros hasta dentro de nada.

¡Un abrazo enorme!

Ilumina Mi Oscuridad. 📿HimeSane🌪Donde viven las historias. Descúbrelo ahora