4. Tentación.

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Once años antes.

Su tío lo quería con locura.

Más que eso, lo deseaba.

A medida que su sobrino crecía y su cuerpo se desarrollaba, más le costaba contenerse. Con el paso del tiempo su delgado cuerpecito se había ido transformando, y parte de esa transformación se había producido gracias a que su hermano había apuntado al pequeño a clases de taekwondo. Los músculos de sus bracitos, pecho, abdomen y piernas de habían ido definiendo. Pero no era solamente su cuerpo, era su sedoso cabello rojo borgoña, sus ojos dorados y su inmaculada piel blanca como la porcelana. Mientras vigilaba como jugaba con los demás niños en la piscina de la urbanización, no podía evitar deslizar sus pupilas por su pequeño cuerpo, tampoco podía evitar que se le hiciera la boca agua al ver como el bañador mojado se le adhería a sus pequeñas y redondeadas nalgas y a su entrepierna. Tragó saliva y notando como su erección crecía, se levantó de la tumbona en la que estaba echado y se fue a un baño a consolarse.

Mientras se tocaba se imaginaba al pequeño en cuatro, con las caderas alzadas con su rosado esfínter lubricado y dilatado listo para recibirlo. Se imaginaba adentrándose en su carne, llenándolo, rompiéndolo, haciéndolo gemir, llorar y gritar, agarrando sus estrechas caderas y embistiéndolo con salvajismo y azotando sus glúteos hasta teñirlos del color de la grana.  Quería correrse dentro de él y ver como su semen brotaba teñido de rojo de su entrada.

Sus piernas se estremecieron cuando eyaculó con un gutural gruñido obligándolo a apoyarse en la pared que tenía frente a sí sobre el inodoro. Con la respiración agitada regresó a la realidad, esa jodida realidad en la que no podía tocar a su sobrino como deseaba. Ese pensamiento lo hizo sentirse la persona más desgraciada del mundo. Apretó los dientes hasta que sintió los músculos de la mandíbula palpitando bajo la piel y los dientes a punto de estallarle en la boca.

No.

Ya había resistido durante demasiado tiempo. Se limpió y salió en busca del pequeño que estaba ahora degustando un polo de coco. La forma en que el niño lo lamía, lo chupaba y lo mordía mandó al traste las últimas reservas autocontrol que aún le restaban. Se acercó a él y se sentó a su lado en la tumbona, acariciando su espalda perlada de gotitas de agua. Sus dedos descendieron hasta su cintura logrando que su sobrino se estremeciera a causa de las cosquillas y acercándose a su oído le preguntó:
—Hakuji, ¿quieres que juguemos ahora tú y yo?

Ilumina Mi Oscuridad. 📿HimeSane🌪Donde viven las historias. Descúbrelo ahora