31. Princesas, Ogros y Noches de Tormenta.

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Shinaguzawa Tooru:

¡Tiene que ser una pesadilla! ¡Una horrenda pesadilla! ¡Esto no me puede estar sucediendo! ¡¡No a mí!!

La señora Sawataishi caminaba entre los percheros donde estaban colgados los Kimonos deteniéndose de vez en cuando para ver alguno que llamara su atención pero en cuanto contemplaba los bordados al tiempo que los acariciaba arrugaba su semblante en una mueca de decepción y continuaba su camino. Tabata Midori, mi auxiliar de tienda y yo tratábamos de mantenernos lo más enteras posible y esperábamos que la tormenta no fuera tan destructiva como vaticinábamos. Acostumbrada como estaba a recibir centenares de elogios, la simple idea de ver una mueca de disgusto en el rostro de alguien resultaba horriblemente embarazoso para mí.
—¡Oh! Por fin algo que merece la pena… —exclamó la clienta que no era ni más ni menos que la directora ejecutiva de una prestigiosa firma de cosméticos, tomando uno de los que había diseñado Sanemi poco antes de marcharse. Este era color azul real que se degradaba en tonos más claros hasta un blanco perlado con unas carpas nadando entre flores de loto y nenúfares. El obi, color dorado tenía el bordado de una rama de cerezo en flor.

Con un suspiro de alivio me apresté a acercarme a ella para sugerirle los complementos y demás y mientras Midori y yo la ayudábamos a probárselo comentó.
—No quería creerlo cuando me lo dijeron en el último evento en el que estuve, pero me acabo de dar cuenta de que no mentían —dijo como de pasada.
—¿Sobre qué Sawataishi-sama? —pregunté tratando de bajar el nudo de angustia que se me había formado en la garganta.
—Sobre lo mucho que han empeorado vuestros diseños —contestó ella como si no hubiera nada más evidente en el mundo.— Por suerte he encontrado una perla entre un puñado de piedras…
Midori me miró con lágrimas en los ojos y yo le eché una mirada de advertencia antes de mirar a nuestra clienta con una sonrisa de circunstancia.
—Lo sentimos mucho, pero es que nuestro diseñador lleva un tiempo indispuesto…
—¡Agh! ¡He venido por un kimono, no a que me cuente sus problemas! —me cortó y me esforcé en morderme la lengua.
Cuando acabamos de ponérselo, se volvió hacia el espejo que tenía detrás con cuidado y estudió su reflejo en el cristal mientras nosotras la mirábamos con expresión estoica hasta que una sonrisa comenzó a florecer en sus labios.
—Me lo llevo —dijo y casi me desmayo del alivio.

Horas más tarde cuando cerramos, me despedí de Tabata hasta el día siguiente. Regresar a casa se me hacía con el paso de los días un suplicio cada vez más insoportable. A penas acudíamos a eventos ya que se nos caía la cara de la vergüenza. Mientras que antes no dejaban de alabar nuestros kimonos ahora nos miraban por encima del hombro o lo que era mil veces peor, que nos mirasen con condescendencia y murmurasen acerca de nuestro bochornoso declive. Luego, por si fuera poco, Genya parecía no dar señales de vida y Sanemi seguía en sus trece, como si a ninguno le importara en lo más mínimo arruinarnos socialmente.

El mayordomo me abrió la puerta y me informó de que lamentablemente mi marido no se encontraba de buen humor, por lo que como ya se estaba volviendo costumbre, me tocó cenar sola. La comida a penas me entraba en el estomago y deseando desde lo más profundo acostarme para no volverme a despertar me fui a la cama, la misma cama en la que desde hacía meses dormía sola y se me hacía cada vez más inmensa y fría.

Me despertó el fogonazo de un relámpago iluminando súbitamente la alcoba. Era bien entrada la madrugada y seguía estando sola. Con cada rugido de los truenos me encogía un poco más aovillada entre las sábanas. Cuando era más joven pensaba que con los años se me pasaría y así pensé que fue cuando tuve a Sanemi y Genya. De pequeños les daba tanto miedo que lloraban desconsolados y corrían a abrazarme. El hecho de que vinieran a mí me infundía valor, despertaba en mí fuerzas que no creía que tuviera y me sentía invencible, porque para ellos yo era su superheroína. Ahora, sin embargo había retrocedido en el tiempo, volvía a ser una cobarde que se limitaba a hacerse una bola por miedo a la tormenta.Las lágrimas corrían por mi cara hasta caer sin descanso humedeciendo las sábanas.

¿En qué momento el hombre del que me había enamorado se había convertido en un perfecto desconocido que vivía bajo mi mismo techo? Ah, sí el día en que acudió al oftalmólogo con Sanemi. El día de antes, aprovechando que hacía un día radiante, habíamos salido con los niños a dar un paseo y de paso comer fuera. Nada más poner un pie en la calle, Sanemi se había cubierto los ojos con las manos y nos había suplicado que regresáramos dentro o que al menos le diéramos algo para cubrírselos. Al final le compramos unas gafas de sol que no se quitó hasta que empezó a anochecer. También, dentro de casa nos dimos cuenta de que prefería estar en lugares donde la luz llegaba más atenuada y de que sus ojos se movían de manera involuntaria.

Cuando al día siguiente vinieron del médico, Hideaki, mi marido estaba que se lo llevaban los demonios, empujó a Sanemi hacia mí con repulsión y me dijo que por el bien de ambos procurase mantenerlo lo más alejado posible de él.

Durante años la razón por la que se había enfurecido tanto permaneció oculta tras un muro de miedo. Si el pequeño se le acercaba aunque solo fuera para pedirle ayuda para las tareas del colegio, su padre se levantaba mirándolo de una manera intimidante y se iba del lugar o me ordenaba que lo quitase de su vista. Una mañana de Navidad después de abrir los regalos, Sanemi corrió a abrazarlo mientras Hideaki atizaba la leña de la chimenea y en un acto reflejo lo golpeó con el atizador en la cara, tan fuerte que me temí lo peor.

Apreté los dientes furiosa y asqueada de mí misma y me levanté de la cama. Ignorando los relámpagos y el miedo que me causaban atravesé la habitación en dirección a la puerta y tras recorrer decidida el pasillo descendí por las escaleras en dirección a su despacho. Llamé golpeando con los nudillos y antes de que le diera tiempo a decir nada, entré.
—Me marcho —dije deteniéndome en el umbral de la puerta. Él que estaba sentado al otro lado de su gran escritorio de madera labrada tecleando sin descanso en su ordenador, levantó la vista lentamente.
—¿Y quién se va a hacer cargo de la tienda? —preguntó.
—Midori —contesté y él me miró alzando las cejas.
—No digas estupideces…
—Lo que es una estupidez es quedarnos de brazos como hemos hecho hasta ahora —repuse con más determinación de la que en realidad sentía.
—¿Cómo dices? —preguntó en tono amenazante.
—L-lo que te digo es que mis hijos me necesitan y que me voy con ellos —dije tratando de no temblar como un flan.
Por el intervalo de un minuto me miró en silencio. Sus pupilas ardían de rabia y con una agresividad que me hacía siempre estremecer se levantó empujando su silla con tanta fuerza que la derribo. Apreté los dientes y me agarré fuerte a la manija de la puerta, sabiendo que si no lo hacía saldría huyendo aterrorizada. Avanzó hacia mí y se detuvo tan cerca que podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo y el impacto de su aliento impregnado de olor a tabaco contra mi rostro. Temiendo que me abofeteara cerré los ojos con fuerza y me encogí.
—¿Tan segura estás de que quieres irte? —preguntó arrastrando la última letra con un tono burlón. Asustada todavía asentí sin abrir los ojos—. Muy bien, no te puedo retener…

De pronto me agarró con fuerza del brazo y me arrastró de vuelta a la habitación y en una bolsa de mano me ordenó meter lo imprescindible. Cuando con manos temblorosas logré meter lo que me pudiera hacer falta y sin que me diera tiempo a vestirme me agarró de la nuca y empujándome escaleras abajo y le ordenó a gritos a nuestro mayordomo que abriese la puerta. Sin atreverse a rechistarle él obedeció y me lanzó a la calle. Sin decirme nada más cerró la puerta de un golpazo acompañado del rugido de un trueno.

Dosgatosescritores:

¡Hola gatitos! Sé que este ha sido un capítulo bastante duro, pero ya me conocéis, no puedo vivir sin el drama además de que no podía dejar que la madre de Sanemi y Genya simplemente se quedara como mero objeto decorativo.

El padre por otro lado y como habréis podido comprobar es un ogro con todas las letras, pero era necesario que escribiera este capítulo para que entendiérais por qué la madre actuaba de ese modo.

¡Por el momento no puedo contaros mucho más! Así que nos vemos en breves. ¡Se os quiere y adora hasta el infinito!

Ilumina Mi Oscuridad. 📿HimeSane🌪Donde viven las historias. Descúbrelo ahora