| 𝐕𝐈𝐈𝐈 : más fácil que la tabla del 1 |

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【  C A P Í T U L O   O C H O 】

Más fácil que la tabla del 1 


   —¿Qué hacemos aquí? —me preguntó el Polo, asomándose conmigo por la pared de ladrillos a un lado de la Frigocal de La Calera—. ¿No que la información que te dio Selena dice que la casa está en Entrepuente?

—Lo está —asentí—, así es, pero me dejaron sin supervisión.

—Ay, no.

¡Oh, sí!, aulló Ra.

—Y cuando eso pasa, a Isidora le brotan ideas interesantes. —dije.

—Más bien psicóticas.

—Creativas.

—Locas.

Visionarias.

—Cállate, humano que quiso venir a una misión peligrosa. ¿Ves eso?

Polo siguió mi mirada y se le cayeron las pestañas crespas que tenía.

—¿La limusina blanca que siempre está estacionada ahí?

Ajá —y lo miré—. Vamos a robarla.

—¿Por qué?

¿Y por qué no? ¿No que estabas criando monstruos?

—Les falta un poco.

—¿De qué hablái? —alegó el Polo.

—De nada y la robo porque es lo que hago y lo que mantiene al demonio bajo llave, vamos.

Me acerqué a la limusina, ignorando el resoplido de Ra; al parecer, alguien era fiel partidario de soltar a una bestia que fácilmente puede crear una masacre en mi ciudad, donde vive mi familia y donde ya he hecho mi vida.

No lo entenderías. Tu mente es demasiado humana.

Rompí el vidrio de la limusina con odio ante sus palabras.

Conecté los cables, toda picá.

Sabes que tengo razón, no me ignores.

Y lo ignoré todo el camino.

Llegamos a Cochrane como quinceañeras mexicanas, divas y chingonas.

—Ahora —dije, tratando de serenarme—, repasemos. ¿Qué debes hacer?

—No debo escuchar al demonio si es que me lo topo, por muy peligroso o convincente que suene, es un demonio y tratará de manipularme y corromperme para que haga lo que quiere.

—Exacto.

—Soy seco, sé todas estas cosas, vivo contigo.

—No son como yo. Los purasangres te matarán si tienen la oportunidad...

—No tengo que darles esa oportunidad, lo sé. Debo buscar zonas con mucha luz solar, decir las palabras en latín que nos enseñó la obāchan y usar esto si es necesario —y mostró lo que apretaba tanto; era el collar con la cruz de metal que les regaló la obāchan a los chiquillos—. Uno de sus pulsos vitales está debajo de su garganta, si le hago daño ahí, me da tiempo de correr y buscarte.

—Sí, ok —suspiré—, tienes lo necesario.

Él asintió.

Nada más salir de la limo, sentí un aroma que no era humano.

Los olores, gracias a la tremenda ñata que tengo –no en temas de proporciones, sino porque es tremenda sabuesa la máquina rastreadora–, se forman caminos de esencias que puedo ver a simple vista.

Descendientes de sangre, tormenta y espina. | SAGA ULTRAMUNDO - 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora