Mis ojos se mantienen fijos en mi pequeña. No para de mover sus pequeños piecitos mientras cambio su pañal. Decir que no perdió tiempo esta mañana para despertarme es decir poco, ya que sus sollozos no se detuvieron hasta que la cargué y le di su primera porción de leche materna. Anoche estuvo sumamente tranquila, pero por alguna razón esta mañana se despertó con más energía que otras veces y es que a pesar de haberla acabado de bañar y alimentar nuevamente, no parece querer dormirse o estarse quieta.
Sus ojos verdes chispean con curiosidad mientras comienzo a hurtar en su cuerpo un poco crema. Sus extremidades parecen tan delicadas que todavía me cuesta tomar confianza al momento de bañarla o vestirla, aunque confieso que en sus primeros días de nacidas me costaba mucho más. La levanto entre mis manos haciéndole caras chistosas observando y disfrutando de esa pequeña sonrisa sobre sus finos labios. Comienzo a vestirla con el pijama que mi cuñada hace unos días le regaló. El diseño es de color rosa y en su centro realza una pequeña osita con flores a su alrededor.
Bastante hermosa―presumo para mí misma.
Camino fuera de la habitación y con destreza llego a la cocina, pensar en las veces que me perdí estando aquí no hace más que provocarme carcajadas. Vaya que es una villa grande, dispone de un jardín enorme, una alberca de cien pies de largo, una cancha de tenis, gimnasio, un cuarto de juegos y por supuesto una oficina compartida en la que tanto Franco como yo trabajamos algunos fines de semana, excepto el día de hoy.
El hombre salió temprano para la compañía, según sus palabras debía encargarse de un asunto de última hora en la agencia y aseguró que no debía preocuparme, me especificó que terminaría antes del mediodía alegando que vendría a almorzar. Aquello puso tan contenta a mi cuñada que con la barriga a punto de explotar no se detuvo en comenzar a cocinar hace un momento, cosa que incluso me entusiasma sobre manera, ya que hace semanas que no tenemos un almuerzo familiar.
―Tardaste menos estas vez ―menciona Dianora al verme aparecer en el cocina―. Creo que cada día mejoras, pero algo en mi me hace pensar que sin duda te dio pelea.
―No tienes idea ―recuerdo cuando luchó Sabina con el pañal―. Le falta poco para llegar a sus cuatro meses, según Matt comenzará a moverse con más fuerza ahora, eso sin mencionar las horas de sueño que serán más cortas.
―Es parte de la maternidad ―la escucho mencionar tras revolver algo en la estufa―. Te lo dice alguien a quien todavía le falta un mes de embarazo.
Sonrió acercándome a los taburetes de la encimera de mármol.
―No puedo esperar para ver a mi sobrino, y aquí entre nosotras, espero que herede tu carácter.
La escucho carcajear―. No eres la única.
―Bonita forma de alagarme ―escucho la voz de mi hermano tras de mí.
Se acerca a su esposa dejando un casto beso sobre sus labios, luego se aproxima hasta mí dejando uno en mi coronilla para después acariciar la mejilla de Sabina.
―Déjame decirte algo, sobrina ―acerca su rostro hasta el de mi niña―. Tu madre es una traidora.
―¡Oye! No le digas eso a mi hija ―finjo ofensa―. El que quiera que tu hijo no nazca con un carácter jodido como el tuyo, no es algo malo.
―Mira quien lo dice ―se defiende sentándose en el taburete frente a mí―. Tú también tienes un carácter de mierda, y aun así, te tengo que aguantar.
―¿Podrían dejar de comportarse como niños? ―interviene Dianora con la cuchara en su mano―. Ambos son adultos, basta de peleas.
―Ella comenzó ―se excusa―, y para que quede claro, Brittany todavía sigue siendo una adolescente.
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Calm (Libro II)
RomansaSegunda entrega del libro Storms. Al parecer para Blake Campbell ya se acabaron los secretos, no obstante ahora será difícil conseguir el perdón de la mujer que ama.